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  • La cultura de la libertad

    A Udo Di Fabio, magistrado del Tribunal Constitucional alemán que ha sido galardonado con el premio ”Reformador del año” el pasado 29 de noviembre por el Frankfurter Allgemeine Sonntagszeitung y es autor del libro “Die Kultur der Freiheit” (La cultura de la libertad), le preocupa la libertad del individuo en un estado cada vez más regularizado y cada día más afectado por normativas europeas que parecen ahogar dicha libertad. Cuanto menos responsable es el individuo y cuanta menos entidad moral posea, tanto más regula el estado. Sin darnos cuenta vamos perdiendo los derechos que emanan de la libertad a costa de un entramado de leyes cada vez más complejo y cada vez más dificil de delimitar, dando pie a una burocracia sofocante.
     
    Ahora bien, también corremos el peligro de errar en la noción de la libertad en un contexto cada día más individualista. La libertad, según Di Fabio, es más que la posibilidad de escoger. Existe también una libertad que llega a su plenitud al adquirir un compromiso. El juez, conocedor de las vicisitudes de la vida por ser padre de cuatro hijos, afirma que “occidente se encuentra en peligro porque existe una idea errónea de la libertad que conlleva la destrucción del sentido común”.
     
    Esta opinión va en la línea de los libros escritos últimamente por intelectuales alemanes con ideas innovadoras como “Generation Reform” (Generación Reforma), de Paul Nolte y “Der Staat - eine Erneuerungsaufgabe” (El estado y su tarea renovadora), de Paul Kirchhof. El libro de Di Fabio hace un recorrido de la filosofía del estado desde sus orígenes hasta nuestros días. La revolución francesa proclamó la base del estado moderno: libertad, igualdad y fraternidad. El autor se pregunta qué premisa es más fuerte como fundamento del estado, la libertad o la igualdad. ¿De dónde proviene la igualdad?. ¿En qué casos supera la fraternidad los limites de la libertad?. Estas preguntas no dejan de tener relevancia si consideramos, por ejemplo, los retos éticos que plantea la eutanasia.
     
    El juez alemán pone al descubierto algunas contradicciones de una Europa que es capaz del “olvido del futuro que se genera a través del prescindir de nuestros propios hijos” o también cómo es posible que sólo empecemos  “a valorar nuestra propia cultura sólo ante lo que nos es extraño”. Así ocurrió en Holanda, en octubre de 2004, cuando fue reclamada mayoritariamente una mayor protección legislativa de las religiones ante la calumnia, ya que un artista aparentemente se atrevió a ridiculizar al islam en sus obras de arte, episodio que además acabó en un crimen. “Ya nos hemos acostumbrado al desprecio de la religión cristiana, a la ridiulización del Papa, al insulto a la familia y a manchar las insignias nacionales y lo llamamos progreso”, escribe Di Fabio y se pregunta qué interés podrá tener un emigrante en integrarse en una cultura que se autodestruye, que “reniega de sus valores morales y que su oferta para dar un sentido a la vida parece que se agota en estar permanentemente de viaje, en alargar artificialmente la vida y en el consumo”.
     
    El autor dedica una parte extensa del libro a defender a la familia tradicional como fundamento de la sociedad, ya que “una sociedad desacostumbrada a los hijos está condenada irreversiblemente a perder su vitalidad”. No es poco frecuente oir por ejemplo que a una familia con niños se le diga que no puede firmar un contrato de alquiler simplemente por el hecho de tener niños (¡que por ley natural hacen ruido!). El prestigioso magistrado del Tribunal Constitucional reclama concretamente que el proyecto de ley sobre la antidiscriminación que se prepara en Alemania no deje de contemplar los casos de la discriminación de la familia, hasta ahora totalmente omisos en este texto legal.
     

  • El papel del varón en el descenso de la natalidad en Alemania

    Según datos publicados recientemente, el 61 % de las madres que dieron a luz en España en el año 2003 tenían más de 30 años. Este indicador revela el progresivo retraso de la maternidad, si se tiene en cuenta que en 1990 este porcentaje era sólo del 36 %. También aumenta el número de madres primerizas mayores de 30 años, que en 2003 representaron casi la mitad (el 49 % del total).

     ¿Y qué indicadores de natalidad hay en Alemania?. El ministerio de la Familia en Alemania ha promovido una serie de estudios para investigar, por contraste, cuál es la situación de la paternidad masculina. Según un estudio del Instituto Federal de Investigación Demográfica, el número de hijos deseados por los varones alemanes menores de 35 años es 1,31 hijos. Esto corresponde, de modo asombroso, a la actual tasa de natalidad en Alemania (en el caso de las mujeres, el número deseado de hijos es 1,74).

     Otro aspecto relevante es el escaso porcentaje de varones alemanes que solicitan la baja laboral temporal por razones de paternidad. El periodo de baja del trabajo por tener un hijo, al que desde 2001 tienen derecho igualmente tanto el padre como la madre, apenas es reclamado por el varón. Sólo en el 4,9 % de los casos es el padre el que solicita la baja.

    Según una encuesta del instituto demoscópico Allensbach, el 82% de los varones no quieren interrumpir su profesión, ya que las pérdidas económicas para la familia son mayores si el varón permanece en casa y, además, el 74% de los varones piensan que tendrían desventajas profesionales si acceden a una interrupción para ocuparse totalmente o parcialmente de la educación de los hijos. Tan sólo en el caso de que el Estado restituyese el 67% del salario neto (y como máximo con 1.800 euros mensuales) durante el periodo en el que el padre o la madre se dediquen a la atención de los hijos, el 48% de los jóvenes profesionales varones accederían a interrumpir su trabajo para dedicarse al cuidado del hijo (el 33% durante un año y el 15% durante unos meses).

    Parémonos a pensar. Resulta que el problema demográfico ya no es un problema individual de si se está dispuesto o dispuesta, o no, a tener hijos, de si apetece o no apetece... sino que un país tan desarollado como Alemania no sabe qué hacer para ver de dónde salen los niños, que son necesarios para asegurar el futuro del país. Queda bien claro que no es un problema sólo del hombre, o sólo de la mujer: es un reto para los dos. Se trata de una opción vital de mucha trascendencia individual y colectiva. Y se tiene que decidir en el marco de una sociedad cada vez más hedonista que fomenta una vida cómoda en la que no falte de nada, por lo que la tendencia al mínimo esfuerzo está muy acentuada y no deja de causar estragos. No me olvidaré de un matrimonio amigo que participó en un curso de preparación matrimonial al que asistieron bastantes parejas y que al ser preguntados qué dos palabras relacionaban más con el matrimonio unos dijeron “amor”, otros decían “felicidad”, otros “cariño”, otros “placer” y ellos afirmaron para el asombro de todos: “sacrificio y fecundidad”.

    La columnista del Frankfurter Allgemeine Zeitung, Sandra Kegel, ha descrito este fenómeno en su reciente artículo  “el hombre inseguro” del pasado 9 de septiembre. Kegel dice: “Como consecuencia de la emancipación de la mujer, el papel del varón dejó de ser primordial. La consecuencia es la inseguridad y la búsqueda de una nuevo rol para el varón que manifiesta hasta ahora consecuencias trágicas como, por ejemplo, coches demasiado caros o viajes de aventura al polo sur. Los hombres, afirman los psicólogos, con frecuencia están desorientados. No saben lo que significa ser hombre ni lo que significa, por lo tanto, ser padre. El ser padre ya no depende del azar sino que requiere una decisión. Por ello, todo se presenta de repente en la balanza: el fundamento económico, la relación mutua del matrimonio, los deseos y las perspectivas que van unidas a los hijos, o sin ellos, etc. Algunos hombres esperan, paradójicamente, que el destino les libere del peso de la decisión. A una gran mayoría de los varones sin hijos les pesan las nuevas libertades de nuestra sociedad multiopcional en la que los hijos ya no son algo obvio”.

    El mayor cambio de mentalidad se debe dar, en un futuro muy próximo, en los varones y no tanto en las mujeres. El marido de estilo dominante, que hasta ahora se consideraba como el “rey de la casa”, es una especie en extinción porque cada vez hay menos mujeres dispuestas a aceptar un marido con ese perfil. Los maridos y los padres dispuestos a co-responsabilizarse seriamente en la educación de sus hijos son los que forman parte de una nueva generación decidida a exigir al Estado y a las empresas la compatibilidad de la familia y el trabajo.

    La mujer está superando ese feminismo primitivo que únicamente consitía en compararse y definirse según las metas del varón. Ya son muchas las mujeres que son muy conscientes de lo verdaderamente femenino, que en nada está reñido y es absolutamente compatible con la maternidad y también con el ejercicio de un ideal profesional elevado. Cuando el hombre y la mujer se vayan entendiendo y comprendiendo mutuamente como individuos que comparten un proyecto común, ya sea en el matrimonio, en la familia, en la empresa y como miembros de una nación... será posible superar la plaga moderna del descenso de la natalidad.

  • La nueva línea del conflicto social

    Alemania se dispone a afrontar, mediante una gran coalición entre democristianos y socialdemócratas, una política de indispensables reformas. Tras unos años de gran abundancia en los 80 y los 90, llega la hora de hacer recortes. En estas circunstancias resulta especialmente oportuno el libro del joven historiador alemán Paul Nolte, especialista en historia contemporánea de la Universidad Libre de Berlín, titulado la "La generación de la reforma. Más allá de la república bloqueada". Se trata de una serie de ensayos políticos que buscan presentar una nueva perspectiva que supere el actual pesimismo alemán. Es una apelación a la nueva generación para afrontar los retos del siglo XXI.

    Nolte cae en la cuenta de que ante la reducción radical del Estado del bienestar, la gran tarea de su generación es la de crear una sociedad civil: "Necesitamos una nueva sociedad en la que el individuo, hasta ahora sostenido por la comunidad, esté capacitado para cargar con responsabilidad y para llevar un estilo de vida autónomo". De este modo critica el desinterés de una sociedad multicultural y el paternalismo de la burocracia social.

    De un modo particular Nolte acentúa la necesidad de recuperar valores que se han ido perdiendo en la actual sociedad. Entre los elementos más importantes cita el redescubrimiento de la familia: "Queda claro que una sociedad atomizada, de individuos disueltos, no puede existir. No puede existir ni desde un punto de vista demográfico, ni puede existir a medio plazo desde un punto de vista financiero y sobre todo no puede existir desde un punto de vista moral".

    Nolte señala cinco puntos clave para el debate político del siglo XXI. Primero, los fundamentos religiosos de una sociedad post secular, pues ha quedado clara la importancia de lo religioso en el mundo moderno: "no solo en el proyecto antimoderno del fundamentalismo islámico, sino también en la modernidad misma, por ejemplo, con el movimiento por la democracia y por la sociedad civil de la Europa central (Polonia, República Democrática de Alemania) y en el debate crítico sobre los límites de las ciencias naturales".

    Según Nolte, no se han confirmado las tesis sobre la desaparición de la religión en la política, ni tampoco la secularización completa de la cultura. "Al mismo tiempo, muchas sociedades occidentales y de modo especial Alemania, se encuentran en una crisis profunda que va más allá de una crisis de la seguridad social y del federalismo. Se manifiesta como una crisis de las éticas, de las pautas y de las orientaciones de la vida social". El fenómeno, aparentemente universal, de la secularización, es más bien una excepción de la Europa occidental en un mundo que sige siendo influido por fuerzas religiosas múltiples.

    En segundo lugar, hay que superar la sociedad del yo, en la que "la responsabilidad por la vida de terceras personas –de familiares, de vecinos, de conciudadanos– se traspasa con facilidad al Estado". La modernización no conduce, como muchos han creido, a una forma de vida individualista. "La modernización favorece esas tendencias, pero moviliza también muchas fuerzas contrarias, ya que la sociedad moderna no puede sobrevivir sin una comunidad social y sin responsabilidad social".

    En virtud del principio de la subsidiariedad, "el Estado no debe hacerlo todo". Los individuos y las sociedades no deben esperar a que sea requerida su colaboración, sino que pueden tomar la iniciativa para plantear soluciones innovadoras. "Esto puede ocurrir en el campo de la política social o de la política económica, pero también en la política educativa y universitaria. Debe predominar una ética de la prudencia ante lo que la tecnología y la economía permiten hacer, de modo que se valore lo que es sensato y soportable para un proyecto de vida humano".

    Por último, en el mundo globalizado siguen siendo necesarios "espacios de identificación", lugares concretos "en los que la vida se desarrolla, a los que se unen los recuerdos, en los que se crean tradiciones, en los que crecen las lealtades y en los que se forja el futuro; llamémosle brevemente 'la patria'. La alternativa al romanticismo patriótico antiguo no es la dudosa desorientación de lugar de la globalización".

    Nolte reivindica la necesidad de repensar los programas de aquellos partidos políticos, hoy mayoritarios, que nacieron a causa de los conflictos sociales a finales del siglo XIX. Mientras que el partido socialdemócrata alemán (SPD) surgió del conflicto entre el capital y el trabajo propio de la sociedad industrial, hoy "se han creado nuevas líneas de separación: entre los asalariados y los pensionistas, entre los padres de familia y los solteros, entre la población autóctona y los emigrantes".

    Por su parte, los democristianos (CDU/CSU) no tienen una pauta claramente definida en los temas sociales, ni en política familiar, política educativa o política de la mujer.

    Editorial C.H. Beck. Múnich (2004). 256 págs. 12,90 €.

  • Una nueva Alemania resurge tras el paso de Benedicto XVI

    Las cifras hablan solas: 410.000 peregrinos acreditados, 800.000 participantes en la vigilia del sábado 20 de agosto, 1.100.000 participantes en la misa en el Campo de Maria el 21 de agosto, 8.263 periodistas acreditados, 40.000 artículos de prensa, 10.000 minutos de retransmisión televisiva. A pesar de todo, son muchos los datos que las estadísticas no consiguen captar. De hecho se puede decir que con la visita del Papa Benedicto Alemania, aunque no se note exteriormente, ya no es la misma: ha cambiado.

    Cada vez que me subo al tranvía echo de menos las caras alegres y los animados grupos de los jóvenes peregrinos. También echo de menos los cantos juveniles en torno una guitarra que oía, a cierta distancia, resonar en algún jardín cercano a mi despacho. Cuando entro en una de las doce iglesias románicas de las que se precia Colonia, me acuerdo haberlas visto absolutamente llenas con muchos jóvenes recogidos en profunda oración y adoración a Dios. Muchas familias han acogido peregrinos, se han entrelazado nuevas relaciones humanas, hemos visto el mundo en un pañuelo.

    La policía se ha quedado asombrada de no haber visto cristales rotos, ni consumo de alcohol ni de droga en el Campo de María. Ante el inminente Mundial de fútbol de 2006, para más de uno, la JMJ será un punto de referecencia de hasta dónde puede llegar la amabilidad de un comportamiento juvenil moderado. La población de Colonia, acostumbrada a las masas sólo durante la epoca de carnaval, ha soportado con mucha paciencia todas las alteraciones, sobre todo de tráfico, provocadas por la Jornada Mundial de la Juventud, pero todos están positivamente impactados por las caras de esos jóvenes que llenaban alegre y pacíficamente la ciudad.

    Nada más llegar a Colonia, al no besar el suelo alemán, nos dimos cuenta, una vez más, de que Benedicto XVI no es Juan Pablo II, ni tiene por qué serlo. Él mismo dijo en su despedida “El Señor me ha llamado a suceder al querido Pontífice Juan Pablo II, genial promotor de las jornadas mundiales de la juventud. He acogido con temor, pero también con gozo, esta herencia y doy gracias a Dios, que me ha dado esta oportunidad de vivir junto a tantos jóvenes esta nueva etapa de su peregrinación espiritual. En efecto, se puede decir que en estos días Alemania ha sido el centro del mundo católico. Los jóvenes de todos los continentes y culturas, estrechamente unidos con fe en torno a sus pastores y al Sucesor de Pedro, han hecho visible una Iglesia joven, que con imaginación y valentía puede esculpir el rostro de una humanidad más justa y solidaria”. Los jóvenes se han quedado muy satisfechos con el nuevo Santo Padre. No podía ser de otra manera. Una vez más se han confirmado las palabras de Juan Pablo II en su libro de 1994 “Cruzar el umbral de la esperanza” en el que escribió: “No es cierto que el Papa lleve a la juventud de un extremo del globo al otro (la próxima JMJ será en Sidney en 2008). Son ellos los que le conducen y aunque él se esté envejeciedo, le desafían a ser joven y no le permiten que olvide su experiencia ni su descubrimiento del período de la juventud y del gran significado que tiene para la vida de cada joven”.

    Especialmente llamativa ha sido la simpatía y la sintonía del Presidente de la República Federal, Horst Köhler, con el Benedicto XVI. Horst Köhler, aun siendo protestante, se dirigía a él con el título de “Santo Padre”, aunque el protocolo indica que el título oficial es “Su Santidad”. En su discurso de bienvenida dijo Köhler, entre otras muchas cosas, que la juvetud sólo puede ser orientada por aquellos que de por si estén ya orientados. Benedicto XVI le respondió, con un humor muy propio y muy fino, que no sabía que un hombre que proviene de las finanzas (Horst Köhler ha sido presidente del Banco Mundial) sepa tanto de filosofía y de teología. Poco le ha faltado a Horst Köhler para gritar en alto con los jóvenes: “¡Be-ne-de-tto!”. La bienvenida en Colonia el 18 de agosto no pudo ser más calurosa. Sobre mis hombros tenía yo a Franz, un chico de 3 años. Sus padres, que tenían otros dos hijos en brazos, querían que su hijo no olvidase esas imágenes de bienvenida al Papa, de modo que pudieran relacionar lo que vieron con sus propios ojos, con lo que verían más adelante en la televisión.

    En su discurso a la asamblea de obispos alemanes, Benedicto XVI dejó claramente marcado el camino para el futuro: Con esta luz podemos tener la valentía para afrontar con confianza las cuestiones más difíciles que se plantean hoy a la Iglesia. Como he dicho, por una parte, debemos aceptar la provocación de los jóvenes pero, por otra, a su vez, debemos educar a los jóvenes en la paciencia, sin la que no se puede lograr nada; debemos educarlos en el discernimiento, en un sano realismo, en la capacidad de tomar decisiones definitivas. Uno de los jefes de Estado que me visitó recientemente me dijo que su principal preocupación es la incapacidad generalizada de tomar decisiones definitivas por miedo a perder la propia libertad. En realidad, el hombre se hace libre cuando se vincula, cuando tiene raíces, porque entonces puede creer y madurar. Educar en la paciencia, en el discernimiento, en el realismo, pero sin falsas componendas, para no diluir el Evangelio. La experiencia de estos últimos veinte años nos ha enseñado que, en cierto modo, cada jornada mundial de la juventud es para el país donde tiene lugar un nuevo comienzo para la pastoral juvenil. La preparación del acontecimiento moviliza personas y recursos. Lo hemos visto precisamente aquí en Alemania: se ha llevado a cabo una auténtica movilización” que ha activado energías. Por último, la celebración misma conlleva un fuerte impulso de entusiasmo, que es preciso sostener y, por así decir, hacer definitivo”.

  • Alemania ante el reto de las elecciones

    En su discurso inagural ante el parlamento el pasado 1 de julio de 2004, el presidente de la República Federal Alemana, Horst Köhler, sorprendió a la nación con las siguentes palabras: “Señoras y señores, tengo la sensación de que en nuestra sociedad está teniendo lugar un renacimiento de la familia. Esto lo noto y me llena de esperanza. Sobre la familia y sobre los niños he leído hace poco una frase muy significativa: los hijos son la única relación irrevocable. Por eso se trata de que los padres tomen una conciencia nueva de su deber de educar y esto supone sobre todo ser un ejemplo. El envejecimiento de la nación nos plantea problemas muy graves, nuestro país no tiene futuro sin niños.

    El presidente alemán resaltó también que “los niños no son sólo un asunto de las madres sino un asunto de los padres... Necesitamos facilitar la fundación de una familia paralelamente a la formación y al ejercicio de la profesión. Apelo a la política, a la economía y a la administración: Ayuden a que las mujeres y los hombres puedan optar libremente por una carrera sin tener que decidir en contra de los hijos. Precisamos de más guarderías y de nuevos horarios de trabajo que faciliten la unión del hogar y de la profesión.

    Este catálogo de deseos es realmente impactante en un país con una tasa de natalidad de 1,3 hijos por cada matrimonio, en el que en 2010 la mitad de la población tendrá más de 50 años de edad y en el que un 40% de las mujeres de carrera universitaria no tienen hijos. Italia y España siguen esta tendencia a diez años de distancia y es de esperar que se manifiesten los mismos fenómenos con una crudeza aún mayor.

    Nos encontramos ante grandes cambios en Europa. Después del 11-S y del 11-M se terminó la era de la diversión, como ha escrito Peter Hahne. La Alemania jóven de 1968, la llamada generación del 68, que está ahora muy presente en el Gobierno alemán, pidió cuentas a sus padres por haber permitido el nacionalsocialismo. El resultado no fue del todo positivo, pues aprovecharon para romper también con todo tipo de tradiciones familiares de solidaridad muy arraigadas y proclamaron un permisivismo moral desenfrenado. Se proclamó una libertad sin responsabilidad.

    La Europa de 2020 se enfrenta al reto de superar una soledad hasta ahora desconocida. Alemania tiene la oportunidad de haber roto, aunque con 25 años de retraso, el tabú de la superpoblación. Alemania se encuentra en la situación de un vehículo que se está estrellando y que, por primer vez, quizá con motivo del discurso del presidente Köhler, activa por fin los frenos. Esta es la tragedia de uno de los países más ricos del mundo que se ha permitido durante demasiado tiempo el “lujode la pobreza más paradójica que existe: la pobreza de niños.

    La misión del futuro es tarea de todos. Con las próximas elecciones en septiembre se plantea ahora la necesidad de una serie de medidas que requieren de mucha valentía: reformas fiscales que premien a los matrimonios que optan por tener hijos (ya que es injusto que se equiparen fiscalmente familias sin hijos a las familias con hijos) o reformas en la educación que faciliten la pronta entrada en el mundo laboral (actualmente los universitarios alemanes comienzan a trabajar a los 26 años).

    Las empresas deberán considerar la conciliación de la vida laboral y familiar como un asunto propio y no como un asunto privado. Se precisa re-pensar el trabajo, de modo que se opte por zanjar el culto desmesurado a la presencia innecesaria en algunas oficinas en horas que se deben a la familia. Que las familias no tengan tiempo para educar redunda en un mercado laboral inmaduro, incapacitado, infantil, sin exigencia profesional y con una gran pobreza social y afectiva para resolver los problemas que el mundo laboral plantea. Ante una mano de obra barata procedente del Este y de Asia, los costes de personal se vuelven insostenibles para un país de bienestar altamente industrializado.

    Aún no es tarde, la política y los ciudadanos no se puede permitir el lujo de pasar del análisis a la parálisis. Los problemas planteados en estos momentos se agravan cuando se deja pasar el tiempo sin tomar medidas. Y son los ciudadanos mismos los que en la crisis actual de la clase política, llamémosla miopía política, ratificada por el “no“ a la constitición europea, deben pedir cuentas y aportar soluciones e ideas en favor de un futuro generacional solidario, especialmente en el campo de la política familiar, que es la base de toda política responsable.

  • Benedicto XVI, una ráfaga de luz en la historia alemana

    Hoy se cumplen exactamente sesenta años desde la capitulación de Alemania, que puso punto final a la II Guerra Mundial. Ni en la mejor película de ciencia ficción se hubiera imaginado en Alemania que tal día como hoy habría un Papa alemán. Así lo ha previsto el Guionista Divino. En la tarde del 19 de abril, al oir el nombre del cardenal Joseph Ratzinger y al verle aparecer en la balcón de San Pedro, a muchos alemanes se les cruzaron los cables. Fue una especie de cortocircuito de la historia: ¿será posible que la Iglesia haya perdonado nuestros crímenes de hace sesenta años?, pensaron algunos. Otros se acordaron de la reforma y de la contrareforma, de la guerra de los 30 años, de la ilustración alemana (Kant), del idealismo alemán (Hegel), del nihilismo (Nietzsche). Todavía están frescas en la memoria las dos guerras mundiales, el nacionalsocialismo y el comunismo alemán. Benedicto XVI supone un verdadero reto para el mundo intelectual del país. Y este debate tan urgente y necesario no ha hecho nada más que comenzar.

    Los que menos se esperaban esta noticia eran los propios alemanes: para muchos verdaderamente un Gaudium Magnum!. El matutino Bild de una tirada de 4 millones de ejemplares, que no es precisamente una hoja parroquial, abrió el 20 de abril con un titular sorprendente: Wir sind Papst! (¡Somos el Papa!). Por asociación nos acordábamos de aquel: Wir sind Weltmeister! (¡Somos campeones del mundo!) o de aquel Wir sind das Volk! (¡Somos el pueblo!, aquella aclamación de las manifestaciones de 1989 que culminaron en la caida del muro de Berlín). La revista Spiegel, que es todo menos un altavoz de la Iglesia, publicó el mismo 19 de abril en su edición de internet un artículo de Matthias Matussek en el que se leían manifestaciones hasta ahora inusitadas en este país y mucho más en esta revista:

    Con la elección del primer pontífice alemán después de casi quinientos años, los cardenales han marcado una señal. Han optado por la continuidad, por la fundamentación de los principios en contra del relativismo. Los alemanes son los primeros que deben escuchar este mensaje. El Espíritu Santo ha hecho una jugada maestra: escoger precisamente un Papa procedente de aquellos que están más necesitados de él: los alemanes. El drama de la modernidad empezó precisamente en Alemania y son los alemanes los que lo han llevado a su mayor perfección”.

    Aunque todo es aún muy reciente, cabe esperar que Benedicto XVI se convierta en una figura de identificación nacional para Alemania, como Juan Pablo II lo ha sido para Polonia. En Alemania no es aún políticamente correcto estar orgulloso de ser alemán. Es un meaculpismo que está muy anclado en las mentes, debido al genocidio. Para un católico alemán la nacionalidad del Santo Padre es secundario. Hubieran querido a un Papa de otro país, ahora bien, el que Benedicto XVI sea alemán es una gran ayuda para acogerle. Los libros del antiguo cardenal Ratzinger han sido reeditados en un par de días. Hay un enorme interés por leerlos y por entenderlos. Ningún alemán puede pasar por alto lo que dice el Papa y menos si lo dice en alemán. El que le critica sin haber leído nada de lo lo mucho que ha publicado se autodescalifica intelectualmente. De hecho, nos estamos haciendo a la idea de verle casi a diario en las noticias por un motivo o por otro. Vemos a un Papa que está dando muestras de una gran humildad personal que es embaucadora. Algunos medios se habían empeñado tanto en desprestigiarle y en encasillarle que su aceptación no ha podido ser mejor.

    Su lema Cooperatores Veritatis (cooperadores de la verdad) marca lo que cabe esperar de él. En un artículo publicado en junio de 2004 en la revista alemana Cicero dice Benedicto XVI: “El oeste sufre un extraño odio a sí mismo que sólo cabe calificar de patológico. Por una parte el oeste intenta de un modo loable estar abierto a otros valores, pero no se aguanta a sí mismo. Desde su propia historia ve lo que es rechazable y destructivo pero no está capacitado para ver lo que que es grande y limpio. Europa, para poder sobrevivir, precisa -humildemente y visto de un modo crítico- de una nueva autoestima. Una sociedad multicultural no puede existir sin el respeto a lo que es santo y eso supone acoger lo que es santo para los demás. Esto, sólo lo conseguiremos, si aquel que de por sí es santo – Dios – no nos resulta ajeno. Un Dios, que es tan humano, que se hizo hombre: un hombre que sufre y que, al sufrir con nosotros, da dignidad y esperanza al dolor”.

    En su libro “Verdad, valores, poder” nos insiste Benedicto XVI: “La identicicación de la conciencia con el conocimiento superficial y la reducción del hombre a la subjetividad no liberan, sino que esclavizan. Nos hace completamente dependientes de la opiniones dominantes y reducen día a día el nivel de las mismas opiniones dominantes. La conciencia se degrada a la condición de mecanismo exculpatorio en lugar de representar la transparencia del sujeto para reflejar lo divino, y, como consecuencia, se degrada también la dignidad y la grandeza del hombre. La reducción de la conciencia a la seguridad subjetiva significa la supresión de la verdad”.

    Benedicto XVI, como el nombre indica, supone una bendición para Alemania y para todo el mundo. Cabe esperar mucho de este pontificado y la verdad es que aquí se respira una gran alegría, y sorprendentemente también nuestros hermanos separados en la fé, pues el anhelo de la fé es más grande en cuanto más vacías están las iglesias. Para saciar este anhelo sólo hay un camino: la humildad de aceptar la propia verdad, la de cada una de nuestras vidas. Después de la euforia se ha dado paso a la lectura y a la reflexión a la que invitan los libros de Benedicto XVI. Además, los auspicios para la XX Jornada Mundial de Juventud en agosto en Colonia no pueden ser mejores: será un chispazo pacífico que prenderá fuego en los corazones de muchos jóvenes de todo el mundo. Será una Jornada Mundial de la Juventud con dos Papas: con Juan Pablo II desde el cielo y Benedicto XVI desde la tierra. Guionista Divino: ¡te has lucido!

  • La última visión de Juan Pablo II

    El Papa iba a proclamar en Colonia una nueva reevangelización

    Nadie duda en Colonia que en agosto el nuevo Papa vendrá a la Jornada Mundial de la Juventud. El cardenal arzobispo de Colonia, Joachim Meisner, ha escrito una carta pastoral que se publicó el 4 de abril con motivo de la marcha al cielo de Juan Pablo II en la que dice: “Nuestro fallecido Santo Padre había inivitado a la juventud del mundo a celebrar las XX Jornadas Mundiales de la Juventud en nuestra archidiócesis. Él y nosotros nos alegrábamos de su tercera visita aquí. Para el Papa no cabía duda de que vendría a Colonia a pesar de su enfermedad. En una audiencia habíamos hablado ya incluso sobre los temas de sus homilías. En enero de este año tuve una audiencia con él para informarle personalmente sobre la situación de los preparativos. El Santo Padre tenía una gran visión para la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia: una vez superadas las catástrofes de las dos guerras mundiales quería proclamar en el nuevo milenio una nueva evangelización que partiese precisamente desde el suelo alemán. Incluso me hizo acudir a la clínica Gemelli hace un mes aproximadamente para asegurarme de nuevo lo mucho que apreciaba la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia”.

    Este es un mensaje muy impactante, visto desde la perspectiva de la historia moderna de Alemania, de Europa y del mundo. Juan Pablo II no se cansaba de profundizar en las cuestiones fundamentales y precisas para entender el misterio del hombre y así lo quería hacer de nuevo en Colonia. Para conseguir ser entendido se valía de lugares llenos de contenido histórico. Así lo hizo ya ante la puerta de Brandenburgo el 23 de junio 1996 en Berlín, precisamente en el lugar que simboliza la encrucijada del nacionalsocialismo y del comunismo alemanes y también la frontera del este y del oeste. Fue allí donde dijo: “No existe la libertad sin la verdad. No existe la libertad sin la solidaridad. Nadie se puede dispensar de su responsabilidad personal a costa de la libertad. El hombre está llamado a la libertad”.

    La juventud del nuevo Papa le acogerá, no cabe duda, con mucho afecto. Colonia se dispone a celebrar una Jornada Mundial de la Juventud hasta ahora nunca vista. El nuevo Papa se encontrará el terreno bien dispuesto a recibir la semilla de su palabra, de su testimonio y de su servicio. La juventud del Papa acallará a los escépticos, a los pesimistas y a los que pretenden extingir los ideales de los jóvenes.

    Juan Pablo II creía de verdad en los jóvenes. No se cansaba de repetir que la juventud es la esperanza de la iglesia y de la sociedad. Por eso pienso que son precisamente los jóvenes los que tienen que acoger de una manera especialmente afectuosa al nuevo Papa y darle la bienvenida. Estoy convencido de que la entronización del nuevo Papa será nuevamente sorprendente. Los jóvenes nos hemos quedado huérfanos y estamos necesitados de un nuevo Papa que nos guie hacia el futuro.

    Cuando Juan Pablo II fue nombrado sucesor de Pedro yo tenía 12 años. Desde entonces he escuchado a Juan Pablo II en más de veinte ocasiones distintas en España, Bélgica, Alemania y Roma. No hablé nunca con él, pero lo que nos ha dicho y lo que nos ha dejado escrito es más que suficiente para considerar al Papa como mi amigo y como mi padre.

    Los medios de comunicación de todo el mundo se preguntan por qué fascina tanto Juan Pablo II a la juventud. La respuesta es fácil. Los jóvenes se sienten en lo más profundo de su ser entendidos y queridos por Juan Pablo II: en su conciencia. En su Carta a los Jóvenes del 21 de marzo de 1985 con motivo del Año Internacional de la Juventud nos escribía: “Hoy los principios de la moral cristiana matrimonial son presentados de un modo desfigurado en muchos ambientes. Se intenta imponer a ambientes y hasta a sociedades enteras un modelo que se autoproclama progresista y moderno. No se advierte entonces que este modelo de ser humano, y sobre todo quizá la mujer, es transformado de sujeto en objeto, y todo el gran contenido del amor es reducido a mero placer, el cual, aunque toque a ambas partes, no deja de ser egoísta en su esencia. Finalmente, el niño, que es fruto y encarnación nueva del amor de los dos, se convierte cada vez más en una añadidura fastidiosa. Si es necesario, sed decididos en ir contra la corriente de las opiniones que circulan y de los slogans propagandísticos. No tengáis miedo del amor, que presenta exigencias precisas al hombre. Estas exigencias (tal como las encontráis en la enseñanza constante de la Iglesia) son capaces de convertir vuestro amor en un amor verdadero”.

    Pero más que nada, la juventud valora los hechos. Juan Pablo II no ha esperado a la juventud, ha salido a su encuentro en multitud de ocasiones. No sólo habla del perdón sino que perdona desde el primer momento a su agresor, no sólo habla de la oración, sino que reza con los jóvenes del mundo entero, en directo, a través de la televisión. No sólo habla sobre el valor del sufrimiento sino que muestra sus limitaciones físicas. No sólo habla del respeto a la naturaleza, sino que además le vemos en la montaña. Y mientras tanto los mayores no tienen nada mejor que declarar que había llegado la hora de retirarse o que era exagerada su exigencia moral. Los jóvenes nos hemos sentido muy queridos por el Papa y se los hemos dicho: ¡Es-ta-es-la-ju-ventud-del-Papa!, gritábamos en Cuatro Vientos. Es una frase de doble sentido, pues también aclamábamos que el Papa es jóven, jóven de espíritu. A pesar de su edad, era uno de nosotros.

    Juan Pablo II nos ha marcado el programa para la Iglesia en el tercer milenio: la santidad. Surgirán nuevos frutos de santidad, si la familia sabe permanecer unida como auténtico santuario del amor y de la vida, nos decía el 4 de mayo de 2003 en la Plaza de Colón. Él es el patrón de los jóvenes y de los ancianos al mismo tiempo. Es algo paradójico. ¡Cúantos enfermos, ancianos y jóvenes han encontrado consuelo en su ejemplo estos días!, ¡Que experiencia tan extraordinara seguir el via crucis el Viernes Santo y ver cómo el Papa ve y escucha cómo los jóvenes rezan por él desde el Colíseo!.

    Son proféticas las palabras de su alocución del 29 de mayo de 1994. Después de estar cuatro semanas convaleciente en el hospital, dijo antes de rezar el ángelus (era el año en el que se celebraba la Conferencia Mundial de la ONU sobre la Población en El Cairo, en la que se intentó proclamar el aborto como derecho del hombre): Ya he entendido que debo introducir a la Iglesia de Cristo en el tercer milenio con la oración, con diversas iniciativas, pero veo que esto no basta: debía introducirla con el sufrimiento. Y ¿por qué ahora?, ¿por qué en este Año de la Familia? Precisamente porque la familia está amenazada. La familia está agredida y por esto, como hace 13 años, debe ser agredido el Papa, debe sufrir el Papa. Es un evangelio superior, es el evangelio del sufrimiento con el que se debe preparar el futuro del tercer milenio, de la familia y de todas las familias. Los jóvenes que hoy lamentamos la muerte de quien tanto hemos aprendido tenemos un futuro lleno de nuevas esperanzas con el nuevo Papa. Y allí estaremos todos, en Colonia, abriendo paso a una nueva evangelización.