Pronto se cumplirá un mes desde que ocurrieron las tremendas inundaciones en Renania del Norte y en el Palatinado. Tras casi cuarenta años viviendo en Alemania toda la zona me es muy familiar y ha sido destino de muchas de mis excursiones: Bad Münstereifel, Altenahr, Ahrweiler o Erftstadt.
El escenario tras las lluvias torrenciales recordaba a paisajes después de un bombardeo. Muchos fallecieron desgraciadamente ahogados en el primer piso de su casa. Pocos pensaron que se podría desencadenar una lluvia de esas dimensiones. Ahora existe un debate público sobre lo sucedido y la justicia investiga si se avisó a la población de una manera adecuada. Muchos pusieron en riesgo su vida para salvar a otros. Por ejemplo, el capataz que después de varias horas de trabajo consiguió desbloquear la presa del valle del Steinbach (Steinbachtalsperre). Si esta presa no hubiera aguantado el desastre hubiera sido aún mucho mayor.
La solidaridad entre la población no tardó en llegar. Aparecieron voluntarios, alimentos y ropa de todas partes. No pocos se arremangaron su camisa y se pusieron manos a la obra. Por ejemplo, un amigo mío mexicano que vive en Múnich desde hace diez años, con el permiso de su esposa y de sus tres hijos, se fue directamente a la zona del siniestro para recoger escombros. Como hemos podido ver y oír en muchos reportajes de la radio y la televisión ha habido momentos de gran desesperación pero también – a pesar de todo – momentos de buen humor, tan típico de las personas de esta zona. No es la primera vez que sufren inundaciones y, por ello, con el paso de las generaciones han desarrollado una cierta resiliencia. Ya se ve que el asunto que queda por resolver es cómo se puede canalizar en el futuro un diluvio de estas mismas características. No abundan los torrentes en estas zonas que puedan dar acogida a tanta agua.