Recientemente pude asistir al congreso anual de fundaciones alemanas. Existen unas 25.000 fundaciones en Alemania. La mayoría son pequeñas, pocas son muy grandes.
La conferencia inaugural fue impartida por el antiguo Presidente de la República Federal Alemana, Joachim Gauck. Antes de ser presidente tuve la oportunidad de conocerle en el Club de Prensa de Colonia. Gauck es un gran conocedor de la mentalidad alemana, tanto del este como del oeste. De hecho, después de más de treinta años de unificación, las mentalidades siguen siendo muy distintas.
El coraje fue el tema principal de este congreso y Gauck hizo unas importantes reflexiones:
“El significado especial de las fundaciones radica en que son guardianas de las posibilidades que habitan en todos nosotros. Ofrecen espacios para el entendimiento. Crean lugares para el pensamiento a largo plazo en una época marcada por la agitación a corto plazo. Y son expresión de un sentido de comunidad que hoy se necesita más que nunca. Precisamente porque he vivido bajo un régimen autoritario, soy muy consciente de lo fácil que es que las personas guarden silencio – y de cuánta fuerza se necesita para alzar la propia voz.
En la oposición, en las oraciones por la paz, en el movimiento ciudadano de la antigua RDA, fueron muchas veces ciudadanos anónimos los que, en momentos extraordinarios, encontraron el valor para levantarse para defender sus derechos y para reclamar democracia y libertad. Una cultura viva de fundaciones, como la que conocemos hoy, habría sido impensable en aquel sistema. Habría contradicho la lógica del control y el espíritu de la autoafirmación.
Hasta el día de hoy siento una profunda gratitud por vivir ahora en una Alemania distinta: un país que no tutela a sus ciudadanos, sino que confía en su capacidad para dar forma al bien común.
Una encuesta de la Fundación Körber ha revelado que solo el 46 % de los alemanes tiene una gran o muy gran confianza en la democracia. El 51 % mira al futuro con preocupación. Tres de cada cuatro ciudadanos califican la situación económica como mala.
Una persona que se compromete activamente experimenta a menudo una forma más profunda de felicidad: no como consumidor de la vida, sino como corresponsable de ella. Las fundaciones, por muy distintas que sean entre sí, tienen algo en común: son lugares de felicidad activa. Ofrecen un espacio en el que las personas pueden implicarse con sus convicciones, su creatividad y su sentido de la justicia.