Cada año me hago un regalo que consiste en desconectar del mundo por cinco días completos. Para empezar, me voy de casa sin móvil: détox, como se dice hoy. Cambio de ambiente con unos amigos que persiguen el mismo objetivo y nos vamos a algún lugar tranquilo que no hace falta que esté muy lejos. Y es que pasamos muchas horas del día delante de una pantalla trabajando, incluso nos hacemos la ilusión de que descansamos consultando las redes sociales en el móvil, cuando en realidad nos agotamos de estar enganchados.
Esos días los paso en silencio, es decir, no hablo con nadie, ni nadie habla conmigo. El silencio ayuda a volver a ser capaz de oír y de escuchar. La procesión va por dentro, como se dice, pero para llegar muy dentro hay que quitar muchas capas de escombros. La conocida periodista Miriam Meckel escribió hace unos años un libro con el título “Brief an mein Leben” (Carta a mi vida). Tras un burn-out tuvo una crisis física y psíquica tan grave que el médico le prescribió lo siguiente: te vas a pasar tres días en una clínica sin visitas, sin móvil, sin periódicos y lo más importante que tienes que hacer es pasarte varias horas al día mirando por la ventana. Miriam descubre que no había procesado muchas cosas en su vida. Por ejemplo, el fallecimiento de su madre y el suicidio de una amiga. Sacó la conclusión de que “en Alemania, preguntar sobre el sentido de la vida requiere tanta valentía como asistir en pijama a una recepción del Presidente de la República”.