Cada año me hago un regalo que consiste en desconectar del mundo por cinco días completos. Para empezar, me voy de casa sin móvil: détox, como se dice hoy. Cambio de ambiente con unos amigos que persiguen el mismo objetivo y nos vamos a algún lugar tranquilo que no hace falta que esté muy lejos. Y es que pasamos muchas horas del día delante de una pantalla trabajando, incluso nos hacemos la ilusión de que descansamos consultando las redes sociales en el móvil, cuando en realidad nos agotamos de estar enganchados.
Esos días los paso en silencio, es decir, no hablo con nadie, ni nadie habla conmigo. El silencio ayuda a volver a ser capaz de oír y de escuchar. La procesión va por dentro, como se dice, pero para llegar muy dentro hay que quitar muchas capas de escombros. La conocida periodista Miriam Meckel escribió hace unos años un libro con el título “Brief an mein Leben” (Carta a mi vida). Tras un burn-out tuvo una crisis física y psíquica tan grave que el médico le prescribió lo siguiente: te vas a pasar tres días en una clínica sin visitas, sin móvil, sin periódicos y lo más importante que tienes que hacer es pasarte varias horas al día mirando por la ventana. Miriam descubre que no había procesado muchas cosas en su vida. Por ejemplo, el fallecimiento de su madre y el suicidio de una amiga. Sacó la conclusión de que “en Alemania, preguntar sobre el sentido de la vida requiere tanta valentía como asistir en pijama a una recepción del Presidente de la República”.
En efecto, necesitamos varios días para descubrir el valor terapéutico del silencio. El silencio sana y “habla” pero de otro modo. El silencio no es nada pasivo, todo lo contrario. Es compatible con la lectura, con un paseo, con muchas horas de sueño, o con la oración para aquellos que se consideren creyentes y quieran renovar sus recursos en la fe. En estos días de silencio me gusta leer grandes biografías de personajes que me son familiares y que me ayudan a entender las épocas en las que he vivido acontecimientos que he presenciado. Como ejemplo, pondré la biografía de George Weigel sobre Juan Pablo II, ó la biografía de Peter Seewald sobre Benedicto XVI. No importa que estos libros tengan casi mil páginas. Tardo varios “retreats” en leerlos.
Un retiro de este estilo tiene varias fases. La primera es llegar. Significa abandonar, desconectar, soltar, mirar atrás, frenar. La segunda es respirar a fondo y regenerar, es decir: aceptar, comenzar de nuevo, concentrarse en lo fundamental, disfrutar, arrepentirse, ordenar, tirar, romper, corregir. Y la tercera y última fase: despegar, que supone recomenzar, hacer propósitos, caminar de nuevo, ponerse en marcha y acelerar.
Hay cada vez más libros de management que recomiendan la soledad para el líder. Para la “generación pantalla” es una cuestión de salud mental. La soledad activa da fruto. Los parones del Covid nos han hecho redescubrir aspectos de nuestra vida que teníamos descuidados: el valor de las relaciones humanas, el aprender a disfrutar de otro modo sin necesidad de ruido, revalorar la belleza de la naturaleza y de los paisajes, ser más agradecidos con lo que tenemos y no hacer depender nuestra felicidad de lo que podríamos tener. En definitiva, dar más importancia al ser que al tener, a las personas que a las cosas.
Comentarios
Muy de acuerdo con esta reflexión. Es necesario desconectar, de todo o de lo que se necesite y se pueda, porque es salud física, mental, emocional y espiritual. Es un tiempo para procesar las cosas, digerirlas, hacer “limpieza”, renovar energías y cargarse de nuevas metas e ilusiones.