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La última visión de Juan Pablo II

El Papa iba a proclamar en Colonia una nueva reevangelización

Nadie duda en Colonia que en agosto el nuevo Papa vendrá a la Jornada Mundial de la Juventud. El cardenal arzobispo de Colonia, Joachim Meisner, ha escrito una carta pastoral que se publicó el 4 de abril con motivo de la marcha al cielo de Juan Pablo II en la que dice: “Nuestro fallecido Santo Padre había inivitado a la juventud del mundo a celebrar las XX Jornadas Mundiales de la Juventud en nuestra archidiócesis. Él y nosotros nos alegrábamos de su tercera visita aquí. Para el Papa no cabía duda de que vendría a Colonia a pesar de su enfermedad. En una audiencia habíamos hablado ya incluso sobre los temas de sus homilías. En enero de este año tuve una audiencia con él para informarle personalmente sobre la situación de los preparativos. El Santo Padre tenía una gran visión para la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia: una vez superadas las catástrofes de las dos guerras mundiales quería proclamar en el nuevo milenio una nueva evangelización que partiese precisamente desde el suelo alemán. Incluso me hizo acudir a la clínica Gemelli hace un mes aproximadamente para asegurarme de nuevo lo mucho que apreciaba la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia”.

Este es un mensaje muy impactante, visto desde la perspectiva de la historia moderna de Alemania, de Europa y del mundo. Juan Pablo II no se cansaba de profundizar en las cuestiones fundamentales y precisas para entender el misterio del hombre y así lo quería hacer de nuevo en Colonia. Para conseguir ser entendido se valía de lugares llenos de contenido histórico. Así lo hizo ya ante la puerta de Brandenburgo el 23 de junio 1996 en Berlín, precisamente en el lugar que simboliza la encrucijada del nacionalsocialismo y del comunismo alemanes y también la frontera del este y del oeste. Fue allí donde dijo: “No existe la libertad sin la verdad. No existe la libertad sin la solidaridad. Nadie se puede dispensar de su responsabilidad personal a costa de la libertad. El hombre está llamado a la libertad”.

La juventud del nuevo Papa le acogerá, no cabe duda, con mucho afecto. Colonia se dispone a celebrar una Jornada Mundial de la Juventud hasta ahora nunca vista. El nuevo Papa se encontrará el terreno bien dispuesto a recibir la semilla de su palabra, de su testimonio y de su servicio. La juventud del Papa acallará a los escépticos, a los pesimistas y a los que pretenden extingir los ideales de los jóvenes.

Juan Pablo II creía de verdad en los jóvenes. No se cansaba de repetir que la juventud es la esperanza de la iglesia y de la sociedad. Por eso pienso que son precisamente los jóvenes los que tienen que acoger de una manera especialmente afectuosa al nuevo Papa y darle la bienvenida. Estoy convencido de que la entronización del nuevo Papa será nuevamente sorprendente. Los jóvenes nos hemos quedado huérfanos y estamos necesitados de un nuevo Papa que nos guie hacia el futuro.

Cuando Juan Pablo II fue nombrado sucesor de Pedro yo tenía 12 años. Desde entonces he escuchado a Juan Pablo II en más de veinte ocasiones distintas en España, Bélgica, Alemania y Roma. No hablé nunca con él, pero lo que nos ha dicho y lo que nos ha dejado escrito es más que suficiente para considerar al Papa como mi amigo y como mi padre.

Los medios de comunicación de todo el mundo se preguntan por qué fascina tanto Juan Pablo II a la juventud. La respuesta es fácil. Los jóvenes se sienten en lo más profundo de su ser entendidos y queridos por Juan Pablo II: en su conciencia. En su Carta a los Jóvenes del 21 de marzo de 1985 con motivo del Año Internacional de la Juventud nos escribía: “Hoy los principios de la moral cristiana matrimonial son presentados de un modo desfigurado en muchos ambientes. Se intenta imponer a ambientes y hasta a sociedades enteras un modelo que se autoproclama progresista y moderno. No se advierte entonces que este modelo de ser humano, y sobre todo quizá la mujer, es transformado de sujeto en objeto, y todo el gran contenido del amor es reducido a mero placer, el cual, aunque toque a ambas partes, no deja de ser egoísta en su esencia. Finalmente, el niño, que es fruto y encarnación nueva del amor de los dos, se convierte cada vez más en una añadidura fastidiosa. Si es necesario, sed decididos en ir contra la corriente de las opiniones que circulan y de los slogans propagandísticos. No tengáis miedo del amor, que presenta exigencias precisas al hombre. Estas exigencias (tal como las encontráis en la enseñanza constante de la Iglesia) son capaces de convertir vuestro amor en un amor verdadero”.

Pero más que nada, la juventud valora los hechos. Juan Pablo II no ha esperado a la juventud, ha salido a su encuentro en multitud de ocasiones. No sólo habla del perdón sino que perdona desde el primer momento a su agresor, no sólo habla de la oración, sino que reza con los jóvenes del mundo entero, en directo, a través de la televisión. No sólo habla sobre el valor del sufrimiento sino que muestra sus limitaciones físicas. No sólo habla del respeto a la naturaleza, sino que además le vemos en la montaña. Y mientras tanto los mayores no tienen nada mejor que declarar que había llegado la hora de retirarse o que era exagerada su exigencia moral. Los jóvenes nos hemos sentido muy queridos por el Papa y se los hemos dicho: ¡Es-ta-es-la-ju-ventud-del-Papa!, gritábamos en Cuatro Vientos. Es una frase de doble sentido, pues también aclamábamos que el Papa es jóven, jóven de espíritu. A pesar de su edad, era uno de nosotros.

Juan Pablo II nos ha marcado el programa para la Iglesia en el tercer milenio: la santidad. Surgirán nuevos frutos de santidad, si la familia sabe permanecer unida como auténtico santuario del amor y de la vida, nos decía el 4 de mayo de 2003 en la Plaza de Colón. Él es el patrón de los jóvenes y de los ancianos al mismo tiempo. Es algo paradójico. ¡Cúantos enfermos, ancianos y jóvenes han encontrado consuelo en su ejemplo estos días!, ¡Que experiencia tan extraordinara seguir el via crucis el Viernes Santo y ver cómo el Papa ve y escucha cómo los jóvenes rezan por él desde el Colíseo!.

Son proféticas las palabras de su alocución del 29 de mayo de 1994. Después de estar cuatro semanas convaleciente en el hospital, dijo antes de rezar el ángelus (era el año en el que se celebraba la Conferencia Mundial de la ONU sobre la Población en El Cairo, en la que se intentó proclamar el aborto como derecho del hombre): Ya he entendido que debo introducir a la Iglesia de Cristo en el tercer milenio con la oración, con diversas iniciativas, pero veo que esto no basta: debía introducirla con el sufrimiento. Y ¿por qué ahora?, ¿por qué en este Año de la Familia? Precisamente porque la familia está amenazada. La familia está agredida y por esto, como hace 13 años, debe ser agredido el Papa, debe sufrir el Papa. Es un evangelio superior, es el evangelio del sufrimiento con el que se debe preparar el futuro del tercer milenio, de la familia y de todas las familias. Los jóvenes que hoy lamentamos la muerte de quien tanto hemos aprendido tenemos un futuro lleno de nuevas esperanzas con el nuevo Papa. Y allí estaremos todos, en Colonia, abriendo paso a una nueva evangelización.

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