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Benedicto XVI, una ráfaga de luz en la historia alemana

Hoy se cumplen exactamente sesenta años desde la capitulación de Alemania, que puso punto final a la II Guerra Mundial. Ni en la mejor película de ciencia ficción se hubiera imaginado en Alemania que tal día como hoy habría un Papa alemán. Así lo ha previsto el Guionista Divino. En la tarde del 19 de abril, al oir el nombre del cardenal Joseph Ratzinger y al verle aparecer en la balcón de San Pedro, a muchos alemanes se les cruzaron los cables. Fue una especie de cortocircuito de la historia: ¿será posible que la Iglesia haya perdonado nuestros crímenes de hace sesenta años?, pensaron algunos. Otros se acordaron de la reforma y de la contrareforma, de la guerra de los 30 años, de la ilustración alemana (Kant), del idealismo alemán (Hegel), del nihilismo (Nietzsche). Todavía están frescas en la memoria las dos guerras mundiales, el nacionalsocialismo y el comunismo alemán. Benedicto XVI supone un verdadero reto para el mundo intelectual del país. Y este debate tan urgente y necesario no ha hecho nada más que comenzar.

Los que menos se esperaban esta noticia eran los propios alemanes: para muchos verdaderamente un Gaudium Magnum!. El matutino Bild de una tirada de 4 millones de ejemplares, que no es precisamente una hoja parroquial, abrió el 20 de abril con un titular sorprendente: Wir sind Papst! (¡Somos el Papa!). Por asociación nos acordábamos de aquel: Wir sind Weltmeister! (¡Somos campeones del mundo!) o de aquel Wir sind das Volk! (¡Somos el pueblo!, aquella aclamación de las manifestaciones de 1989 que culminaron en la caida del muro de Berlín). La revista Spiegel, que es todo menos un altavoz de la Iglesia, publicó el mismo 19 de abril en su edición de internet un artículo de Matthias Matussek en el que se leían manifestaciones hasta ahora inusitadas en este país y mucho más en esta revista:

Con la elección del primer pontífice alemán después de casi quinientos años, los cardenales han marcado una señal. Han optado por la continuidad, por la fundamentación de los principios en contra del relativismo. Los alemanes son los primeros que deben escuchar este mensaje. El Espíritu Santo ha hecho una jugada maestra: escoger precisamente un Papa procedente de aquellos que están más necesitados de él: los alemanes. El drama de la modernidad empezó precisamente en Alemania y son los alemanes los que lo han llevado a su mayor perfección”.

Aunque todo es aún muy reciente, cabe esperar que Benedicto XVI se convierta en una figura de identificación nacional para Alemania, como Juan Pablo II lo ha sido para Polonia. En Alemania no es aún políticamente correcto estar orgulloso de ser alemán. Es un meaculpismo que está muy anclado en las mentes, debido al genocidio. Para un católico alemán la nacionalidad del Santo Padre es secundario. Hubieran querido a un Papa de otro país, ahora bien, el que Benedicto XVI sea alemán es una gran ayuda para acogerle. Los libros del antiguo cardenal Ratzinger han sido reeditados en un par de días. Hay un enorme interés por leerlos y por entenderlos. Ningún alemán puede pasar por alto lo que dice el Papa y menos si lo dice en alemán. El que le critica sin haber leído nada de lo lo mucho que ha publicado se autodescalifica intelectualmente. De hecho, nos estamos haciendo a la idea de verle casi a diario en las noticias por un motivo o por otro. Vemos a un Papa que está dando muestras de una gran humildad personal que es embaucadora. Algunos medios se habían empeñado tanto en desprestigiarle y en encasillarle que su aceptación no ha podido ser mejor.

Su lema Cooperatores Veritatis (cooperadores de la verdad) marca lo que cabe esperar de él. En un artículo publicado en junio de 2004 en la revista alemana Cicero dice Benedicto XVI: “El oeste sufre un extraño odio a sí mismo que sólo cabe calificar de patológico. Por una parte el oeste intenta de un modo loable estar abierto a otros valores, pero no se aguanta a sí mismo. Desde su propia historia ve lo que es rechazable y destructivo pero no está capacitado para ver lo que que es grande y limpio. Europa, para poder sobrevivir, precisa -humildemente y visto de un modo crítico- de una nueva autoestima. Una sociedad multicultural no puede existir sin el respeto a lo que es santo y eso supone acoger lo que es santo para los demás. Esto, sólo lo conseguiremos, si aquel que de por sí es santo – Dios – no nos resulta ajeno. Un Dios, que es tan humano, que se hizo hombre: un hombre que sufre y que, al sufrir con nosotros, da dignidad y esperanza al dolor”.

En su libro “Verdad, valores, poder” nos insiste Benedicto XVI: “La identicicación de la conciencia con el conocimiento superficial y la reducción del hombre a la subjetividad no liberan, sino que esclavizan. Nos hace completamente dependientes de la opiniones dominantes y reducen día a día el nivel de las mismas opiniones dominantes. La conciencia se degrada a la condición de mecanismo exculpatorio en lugar de representar la transparencia del sujeto para reflejar lo divino, y, como consecuencia, se degrada también la dignidad y la grandeza del hombre. La reducción de la conciencia a la seguridad subjetiva significa la supresión de la verdad”.

Benedicto XVI, como el nombre indica, supone una bendición para Alemania y para todo el mundo. Cabe esperar mucho de este pontificado y la verdad es que aquí se respira una gran alegría, y sorprendentemente también nuestros hermanos separados en la fé, pues el anhelo de la fé es más grande en cuanto más vacías están las iglesias. Para saciar este anhelo sólo hay un camino: la humildad de aceptar la propia verdad, la de cada una de nuestras vidas. Después de la euforia se ha dado paso a la lectura y a la reflexión a la que invitan los libros de Benedicto XVI. Además, los auspicios para la XX Jornada Mundial de Juventud en agosto en Colonia no pueden ser mejores: será un chispazo pacífico que prenderá fuego en los corazones de muchos jóvenes de todo el mundo. Será una Jornada Mundial de la Juventud con dos Papas: con Juan Pablo II desde el cielo y Benedicto XVI desde la tierra. Guionista Divino: ¡te has lucido!

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