En su discurso inagural ante el parlamento el pasado 1 de julio de 2004, el presidente de la República Federal Alemana, Horst Köhler, sorprendió a la nación con las siguentes palabras: “Señoras y señores, tengo la sensación de que en nuestra sociedad está teniendo lugar un renacimiento de la familia. Esto lo noto y me llena de esperanza. Sobre la familia y sobre los niños he leído hace poco una frase muy significativa: los hijos son la única relación irrevocable. Por eso se trata de que los padres tomen una conciencia nueva de su deber de educar y esto supone sobre todo ser un ejemplo. El envejecimiento de la nación nos plantea problemas muy graves, nuestro país no tiene futuro sin niños”.
El presidente alemán resaltó también que “los niños no son sólo un asunto de las madres sino un asunto de los padres... Necesitamos facilitar la fundación de una familia paralelamente a la formación y al ejercicio de la profesión. Apelo a la política, a la economía y a la administración: Ayuden a que las mujeres y los hombres puedan optar libremente por una carrera sin tener que decidir en contra de los hijos. Precisamos de más guarderías y de nuevos horarios de trabajo que faciliten la unión del hogar y de la profesión”.
Este catálogo de deseos es realmente impactante en un país con una tasa de natalidad de 1,3 hijos por cada matrimonio, en el que en 2010 la mitad de la población tendrá más de 50 años de edad y en el que un 40% de las mujeres de carrera universitaria no tienen hijos. Italia y España siguen esta tendencia a diez años de distancia y es de esperar que se manifiesten los mismos fenómenos con una crudeza aún mayor.
Nos encontramos ante grandes cambios en Europa. Después del 11-S y del 11-M se terminó la era de la diversión, como ha escrito Peter Hahne. La Alemania jóven de 1968, la llamada generación del 68, que está ahora muy presente en el Gobierno alemán, pidió cuentas a sus padres por haber permitido el nacionalsocialismo. El resultado no fue del todo positivo, pues aprovecharon para romper también con todo tipo de tradiciones familiares de solidaridad muy arraigadas y proclamaron un permisivismo moral desenfrenado. Se proclamó una libertad sin responsabilidad.
La Europa de 2020 se enfrenta al reto de superar una soledad hasta ahora desconocida. Alemania tiene la oportunidad de haber roto, aunque con 25 años de retraso, el tabú de la superpoblación. Alemania se encuentra en la situación de un vehículo que se está estrellando y que, por primer vez, quizá con motivo del discurso del presidente Köhler, activa por fin los frenos. Esta es la tragedia de uno de los países más ricos del mundo que se ha permitido durante demasiado tiempo el “lujo” de la pobreza más paradójica que existe: la pobreza de niños.
La misión del futuro es tarea de todos. Con las próximas elecciones en septiembre se plantea ahora la necesidad de una serie de medidas que requieren de mucha valentía: reformas fiscales que premien a los matrimonios que optan por tener hijos (ya que es injusto que se equiparen fiscalmente familias sin hijos a las familias con hijos) o reformas en la educación que faciliten la pronta entrada en el mundo laboral (actualmente los universitarios alemanes comienzan a trabajar a los 26 años).
Las empresas deberán considerar la conciliación de la vida laboral y familiar como un asunto propio y no como un asunto privado. Se precisa re-pensar el trabajo, de modo que se opte por zanjar el culto desmesurado a la presencia innecesaria en algunas oficinas en horas que se deben a la familia. Que las familias no tengan tiempo para educar redunda en un mercado laboral inmaduro, incapacitado, infantil, sin exigencia profesional y con una gran pobreza social y afectiva para resolver los problemas que el mundo laboral plantea. Ante una mano de obra barata procedente del Este y de Asia, los costes de personal se vuelven insostenibles para un país de bienestar altamente industrializado.
Aún no es tarde, la política y los ciudadanos no se puede permitir el lujo de pasar del análisis a la parálisis. Los problemas planteados en estos momentos se agravan cuando se deja pasar el tiempo sin tomar medidas. Y son los ciudadanos mismos los que en la crisis actual de la clase política, llamémosla miopía política, ratificada por el “no“ a la constitición europea, deben pedir cuentas y aportar soluciones e ideas en favor de un futuro generacional solidario, especialmente en el campo de la política familiar, que es la base de toda política responsable.