El pasado 3 de julio asistí a la recepción anual del Cardenal de Múnich, Reinhard Marx. No es una recepción pequeña, ya que asisten alrededor de mil personas y tampoco es un cardenal cualquiera, ya que es uno de los ocho asesores inmediatos del Papa Francisco. Hubo dos horas de discursos, que son el “precio” para la posterior cena en mesas y bancos tipo “biergarten” del simpático parque de la Academia Católica de Múnich. Llamó la atención el discurso del Presidente de Baviera Marcus Söder, que no tiene ningún reparo de dejar clara la importancia de la vida religiosa para el país. El mismo es un creyente cristiano de confesión luterana. Al estrenar su gobierno confirmó la obligación de colocar símbolos cristianos en lugares públicos, es decir, crucifijos en las aulas de colegios públicos y en los juzgados.
Todavía es reciente la carta de 19 folios, con fecha del 29 de junio, que ha escrito el Papa Francisco al pueblo fiel alemán sobre la situación de la Iglesia. Les previene de la tentación de querer resolver problemas de fe con reformas de estructura, perdiendo así la unión con la Iglesia Universal. Les anima a propagar el espíritu cristiano con humildad y autenticidad. No es la primera carta que un Papa escribe a la Iglesia en Alemania. Ya lo hizo San Juan Pablo II insistiendo a los obispos en que se retiraran del sistema que certificaba el asesoramiento, impuesto por la ley, para recordar la importancia de la vida en una situación de conflicto de embarazo pero que resultaba muchas veces un viaducto para el aborto. Buceando más aún en la historia, nos acordamos de la carta “Mit brennender Sorge” escrita en 1937 por Pio XI ante el sufrimiento de la Iglesia con el Nacionalsocialismo.
Por motivos históricos a raíz de la Secularización existe una especial simbiosis Iglesia-Estado en Alemania que se refleja en el concordato (por un aspecto que se revisó, por última vez, a la raíz de la reunificación alemana de 1989). El cardenal Joseph Höffner de Colonia, una eminencia de la Doctrina Social de la Iglesia decía que la Iglesia en Alemania es un “coche con un carrocería grande pero con un motor pequeño”. El Estado recauda el impuesto de la Iglesia a los católicos en nombre de la Iglesia. Con eso la Iglesia tiene un buen “colchón” material y realiza una inmensa labor social también fuera de Alemania, pero bien se puede decir que la Iglesia en Alemania es parte del “establishment”. Esta situación tiene ventajas, pero también serios inconvenientes de los que ya avisó el Papa Benedicto en su famoso discurso sobre la “desmundanización” en Ratisbona, en uno de sus viajes.