Desde abril de 2006 escribo con regularidad para esta tribuna que tiene un título peculiar: “Mallorquines en el mundo”. A la hora de pensar en un nuevo artículo tras el fallecimiento de mi padre, Félix, hace apenas un mes, se me hace todo cuesta arriba y me parece natural dedicarle a mi padre unas líneas desde aquí.
La semana pasada y la anterior tuve la oportunidad de pasar por Basilea, Suiza, donde mi padre realizó su especialización en cirugía ortopédica durante un año (el primer año de mi vida transcurrió en esa ciudad) y, anteriormente, mis padres también vivieron en Graz, Austria.
Mi padre solía decir que era mallorquín pero que “no ejercía”: es decir, se sentía mallorquín pero con una clara apertura internacional. Además del mallorquín y castellano, dominaba el francés, el inglés y el alemán. Por eso, todos sus hijos estamos muy agradecidos por el hecho de que nos facilitara estudiar dos idiomas internacionales, que hoy en día cada uno es lo más parecido a contar con una carrera más. Cuando fue presidente del Colegio Médicos participó en varias cumbres europeas de su especialidad, representando a España en Bruselas. Por entonces nos veíamos con frecuencia en esa cuidad por estar cerca de donde yo estudiaba: Aquisgrán, Alemania.
Él entendía de un modo muy humano la profesión del médico. Recuerdo haberle visto dos veces con lágrimas en los ojos por motivos profesionales: una vez porque tuvo que amputar la pierna de una chica de 13 años con cáncer de hueso y, la otra, tras operar a uno de mis hermanos tras un accidente que no acabó mal de milagro. De pequeño en ocasiones acompañaba a mi padre al hospital, donde acudía a revisar el progreso postoperatorio de sus pacientes. De ahí nació más adelante mi interés por el voluntariado social. A partir de los catorce años le di la lata para que me dejara ver operaciones en el quirófano, lo cual hice unas quince veces siendo testigo de operaciones de todo tipo. Opté más adelante por la ingeniería. También de él he heredado la mentalidad germánica. Si una operación empezaba a las 9.00, quería decir que a las 9.00 cogía el bisturí y no que se recogía al paciente y luego se le anestesiaba. Le gustaba ser muy puntual en todo y tenía un elevado sentido de la justicia y de la vocación.
Cuando tenía siete años me pidió que le trajera el diccionario y me preguntó: ¿Cuál es la palabra más bonita de este libro? Como yo no salía de mi asombro ante tal pregunta, me dijo: “la palabra más bonita es: amor”. Y me explicó seguidamente cómo se engendran y nacen los niños. Pienso que esta tarea educativa es fundamental. Me educó con una palabra: “¡espabila!”. Lo que soy hoy se lo debo a él y a mi madre. Solo puedo estar agradecido.
Comentarios
Tu padre una gran persona, gran médico , un buen amigo y mejor padre y marido. Un abrazo de los Arrom Josechu.