Desde abril de 2006 escribo con regularidad para esta tribuna que tiene un título peculiar: “Mallorquines en el mundo”. A la hora de pensar en un nuevo artículo tras el fallecimiento de mi padre, Félix, hace apenas un mes, se me hace todo cuesta arriba y me parece natural dedicarle a mi padre unas líneas desde aquí.
La semana pasada y la anterior tuve la oportunidad de pasar por Basilea, Suiza, donde mi padre realizó su especialización en cirugía ortopédica durante un año (el primer año de mi vida transcurrió en esa ciudad) y, anteriormente, mis padres también vivieron en Graz, Austria.
Mi padre solía decir que era mallorquín pero que “no ejercía”: es decir, se sentía mallorquín pero con una clara apertura internacional. Además del mallorquín y castellano, dominaba el francés, el inglés y el alemán. Por eso, todos sus hijos estamos muy agradecidos por el hecho de que nos facilitara estudiar dos idiomas internacionales, que hoy en día cada uno es lo más parecido a contar con una carrera más. Cuando fue presidente del Colegio Médicos participó en varias cumbres europeas de su especialidad, representando a España en Bruselas. Por entonces nos veíamos con frecuencia en esa cuidad por estar cerca de donde yo estudiaba: Aquisgrán, Alemania.