Hermann Simon, al que pude escuchar hace poco en una conferencia, es el autor del libro “Campeones escondidos”, editado hace más de 10 años. La obra trata sobre esas empresas de alta tecnología perdidas en un bosque, o en un lugar apartado de las grandes ciudades alemanas que exportan a todo el mundo. Suelen ser de nombre desconocido o, por lo menos, no suenan tanto como BMW, Bayer o BASF.
Son empresas familiares del conocido Mittelstand alemán. Se caracterizan también por su profundidad en la producción, es decir, muchos de los componentes del producto se fabrican en la propia empresa. Estas empresas suelen tener un trato muy cercano al cliente y mejoran el producto constantemente.
Pude visitar una de estas empresas recientemente, la casa EoS, que produce impresoras tridimensionales de metal. Capa por capa van creando la pieza de un modo casi orgánico, como cuando crece una planta. Pueden imprimir incluso oro. Producen así piezas de joyería espectaculares, pero también prótesis que pueden ser implantadas en la dentadura o piezas especiales para aviones. Para generar y garantizar el negocio, estas impresoras tienen garantía solo si se utiliza el metal granulado que ellos mismos venden (a precios elevados) que se va sinterizando ( y no fundiendo) capa por capa, con la ayuda de un láser.
El mayor problema que tienen estas empresas es la contratación de mano de obra adecuada. Al futuro empleado se le presenta la disyuntiva de trabajar en una empresa de primera división, a costa de vivir quizá en un lugar alejado de la bulliciosa cuidad.
Industria 4.0, Digitalización y Hidden Champions forman la columna vertebral de la economía alemana. La otra cara de la moneda es el proceso de envejecimiento de la población alemana que limita la capacidad de innovación y la agilidad de este país. Por otro lado, el largo proceso de formación de un nuevo gobierno tampoco está trasladando al mundo la imagen de un país capaz de tomar decisiones, con agilidad y vitalidad. Alemania se juega su futuro.