No cabe duda que el calificativo “made in Germany” siempre ha sido sinónimo de calidad. Un nuevo fenómeno ha aparecido en Alemania: la construcción de grandes proyectos de obra pública con muchos problemas a la hora de su ejecución. El más emblemático fue la resconstrucción de la estación de ferrocarril de Stuttgart. Hoy es una “estación cabeza”, es decir, los trenes no pueden atravesarla sino que entran y salen en direcciones opuestas. Se planificó hacer un tramo subterráneo que permitiera el paso a trenes de alta velocidad, sin tener que cambiar de dirección y con una nueva traza al aeropuerto de la cuidad. Poco antes de comenzar las obras los ciudadanos empezaron a protestar bloqueando la estación. La policía tuvo que intervenir en varias ocasiones para que las protestas no interrumpieran el tráfico. Incluso fue necesario nombrar un comité que acordó llevar a cabo una encuesta popular que decidiera sobre la oportunidad de esas obras. El resultado fue que continuaran adelante.
Un problema similar se está dando en Berlín. Esta cuidad tiene tres aeropuertos. Se decidió cerrar uno, Tempelhof, a pesar de las protestas de la población que le tenía gran cariño por haber jugado un gran papel durante la Guerra Fría y la separación del Muro. También se decidió cerrar el aeropuerto Tegel una vez esté terminado el nuevo aeropuerto, que era pequeño y práctico. El nuevo aeropuerto tendrá las siglas BER. El problema consiste en que los ejecutores del projecto se mueven en la mentalidad del pasado comunista. Según fuentes bien informadas, al asignar la zona del nuevo aeropuerto algunos hicieron el negocio de su vida comprando el terreno correspondiente con antelación, para venderlo posteriormente muy caro. Más adelante se asignó la planificación a la oficina urbana correspondiente a la zona. Ésta, en vez de convocar un concurso, decidió encargarse de la construcción aumentando la plantilla de la manera correspondiente. El resultado es que a la hora de supervisar la construcción se vió que el edificio no cumplía los requesitos de protección de incendios y que, por lo tanto, había que revisar o rehacer la construcción de nuevo con los retrasos correspondientes que conllevan. En definitiva, Alemania aparece como un país incapaz de hacer proyectos de gran envergadura en su propio territorio, con la correspondiente pérdida de prestigio interior y exterior. Como escuché personalmente decir hace poco al gerente Hartmut Mehdorn: “un jóven ingeniero no puede poner en su currículum que trabaja para nuestro aeropuerto porque corre el riesgo de no encontrar trabajo en el futuro”.
No cabe duda de que Alemania es un país con muchos recursos y con posibilidades de superación, pero la realidad alemana no deja de ser compleja en un mundo en el que el número de factores de éxito va en aumento y son muy variados.