Discutir no es discutir. En alemán "diskutieren" quiere decir más bien, dialogar. Es un término de uso común en el mundo académico en el que la "Diskussion" – no hace falta traducirlo – es parte del discernimiento basado en el intercambio civilizado y pacífico de argumentos. Soy en efecto muy amigo de la conocida frase "hablando, se entiende la gente".
En España la palabra discutir tiene otras connotaciones más bien de lucha. El que discute interrumpe, grita, quiere tener la razón, no escucha, habla deprisa, se sale por la tangente, quizá insulta o se le escapan palabras mayores. Cuando soy testigo de una escena de estas ya tengo dolor de cabeza solo de pensarlo.
Ahora bien, independientemente del país del que se trate, pienso que en el mundo occidental y más avanzado desde un punto de vista mediático, estamos perdiendo la cultura de la conversación. Soy ingeniero de telecomunicaciones y tengo la teoría de que cuantos más instrumentos de comunicación mediática tegamos (mail, chat, Skype, YouTube, SMS, móvil, BlackBerry, televisión, iPod, etc), menos capacidad tenemos para establecer una conversación profunda, de persona a persona. Todo empieza con que quizá nos dejamos interrumpir durante cualquier conversación personal por "llamadas" ajenas que, en la mayoría de los casos, son menos prioritarias que la conversación que mantenemos en ese momento.
Otro síntoma de la pérdida de la cultura de la conversación es que existe una desproporción, sobre todo en la gente jóven, entre el tiempo que se dedica a la conversación "virtual" y a la conversación real. La conversación virtual es siempre más pobre que la conversación cara a cara ya que no permite acceder a gestos o a captar la situación anímica del interlocutor o de la interlocutora de una manera adecuada.
Existe toda una industria en el mundo virtual que intenta crear "communities", facilitando que se conozcan personas con intereses comunes, que si no fuera por internet, no se conocerían. Lo triste es que quizá aquellos que presumen de tener cientos de "amigos" o "contactos" en el mundo virtual, fracasan como verdaderos amigos en el mundo real.
Lo más grave es que, dado el aumento de la comunicación virtual, perdemos la habilidad de conversar con una persona "en directo", de tal modo que se establezca una conversación afectiva, de corazón a corazón. Incluso nos puede pasar que ¡no sabemos qué decir!
Subirse hoy en día a un metro, tren, autobús o tranvía puede convertirse en algo surrealista: cada uno con su "garbancito" en la oreja, como si estuviésemos en un psiquiátrico. Todos como si fueran autistas.
Uno aprende a conversar dedicando tiempo a los amigos, a la esposa o a los hijos, quizá con motivo de un deporte o de una excursión. Parece sorprendente que tengamos que hablar y, en este caso, escribir sobre algo tan elemental y básico, pero creo que hay motivos suficientes para recordar el valor enriquecedor que tiene el intercambio personal de ideas y de puntos de vista.