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  • Violencia en Munich en la era del smartphone

    834977830-nach-schiesserei-muenchen-X0eFFQeXxa7.jpgNo me olvidaré nunca del 22 de julio que viví en Munich. Acababa de tomar algo con un amigo en el conocido barrio de Schwabing. Cruzaba andando el Englischer Garten cuando al mirar mi móvil antes de llegar a casa hacia las 7 de la tarde leo: tiros en un almacén de Munich. La llamada de emergencia fue a las 17.48.

    A partir de ese momento empiezo a notar las sirenas de policía en toda la cuidad. De hecho 2.300 policías, también de zonas vecinas y de Austria, fueron movilizados. Me empiezan a llegar mensajes de amigos. Pongo un Whatsapp a mis padres y hermanos para que sepan que no me ha ocurrido nada. Y me entero de que una conocida trabaja en el recinto del asalto y todavía sigue ahí atrapada, hasta que se aclare qué ha ocurrido.

    La policía se comunica con los medios y con la población a través de Twitter con mucha calma, acierto y aplomo. Piden a la población que se quede en sus casas y paralizan la circulación pública en metro y autobús. Los trenes no llegan a Munich. Miles de llamadas al 110, algunos dando pistas falsas al confundir coches civiles de la policía con posibles asaltantes. Entre la población se corre el rumor de que hay tiros en el Karlsplatz y cientos de personas se ponen a correr hacia el Marienplatz. Cunde el pánico en algunas zonas. Me llega incluso un mensaje de que el asaltante pretende tomar el ayuntamiento, una tesis absurda que no ocurrió. Al estar interrumpido el tráfico público muchos no tienen más remedio que meterse en un hotel. La policía luego no les deja salir. Munich se convierte en una ciudad fantasma. La gente andando por la calle sin coches que circulen. Se oyen las campanas de una iglesia.

    Me preguntan por SMS desde Italia qué está ocurriendo en Munich y me escriben que ha sido un refugiado político. Les contesto que eso es una especulación y que es demasiado pronto para afirmar que sea cierto.

    En una hora un psicópata consigue colapsar y paralizar completamente la cuidad de Munich. Y yo mientras tanto rezo, pues me parece que no puedo hacer nada más. Trágica la muerte de varios menores de edad en el quinto aniversario de los asesinatos perpetrados por Breivik en Noruega.

    Con el smartphone la violencia cobra una nueva dimensión. La especulación y confusión se amplifica y se distorsiona la realidad. Después de los recientes atentados en París, Bruselas y Niza (y de que un loco perpetrara un asalto en un tren de Würzburg con un hacha y un cuchillo cuatro días antes) se entiende que la policía estuviera muy atenta. La situación geopolítica de Europa vuelve a ser inestable como lo fue en la guerra fría. Esperemos que no haya más imitadores de sucesos tan tristes como estos.

  • Una familia en el aire

    csm_152005_Ott_Papst_Ott_8d4eb18a09.jpg“Soy su comandante, Martin Ott, en su vuelo a Roma… saludo especialmente a los niños en este viaje“. Me quedé muy sorprendido. No sólo porque es la primera vez que oía a un piloto saludar explícitamente a los niños en un vuelo, sino porque ya había leído algo sobre esta persona, un alemán muy culto, padre de una familia de 7 hijos y testigo de lecciones magistrales del Cardenal Ratzinger. Se trataba ni más ni menos del comandante que pilotó al Papa dos veces desde Alemania a Roma. Una vez desde Munich y otra desde Berlín. Cuando el Papa viaja a un país, parte con Alitalia y regresa con la compañía aérea del país del que procede.

    La compañía alemana Lufthansa fue acertada al elegir a Martin Ott. Al descender del avión felicité al piloto por sus palabras para los niños. Me dijo que le resultaba lo más natural del mundo. Le pregunté si era miembro de la Federación Alemana de Familias Numerosas y luego le dije que sabía que era el piloto del Papa y se quedó muy asombrado de que lo supiera.

    A los pocos meses me ha tocado viajar a Barcelona. A la altura de mi asiento estaba una azafata que me dijo que me había reservado un lugar para dejar mi equipaje de mano. Me sorprendió. Me fijé por casualidad en su nombre en el broche del uniforme y leí “M. Ott” y me dije: no puede ser. Me atreví a saludarla y le comenté que conocí hace poco a un piloto también de apellido Ott y me dijo: “es mi padre”. No me lo podía creer. Hablamos de su padre y de su familia de 7 hermanos y me mostró una foto, y yo le enseñé la mía con mis 4 hermanos. Me contó que su hermano es copiloto y que ella también lo quiere ser y que está en lista de espera. Me dijo que le ha tocado viajar varias veces como azafata en el avión que pilotaba su padre y que les encanta a los dos hacerlo. De hecho, por veteranía, el padre lo solicita con frecuencia. “Solo nos separa la puerta de la cabina”, afirmó.

    Me contó que cuando a su padre le preguntaron si quería pilotar al Papa, tuvo la amabilidad de preguntar antes a la familia su opinión. Obviamente le animaron.

    Es siempre agradable encontrar a personas que aman su profesión y que transmiten alegría en su trabajo, que saben que están prestando un servicio a las personas y que trascienden llegando al alma.

    Anuncié a la simpática azafata este artículo sobre su familia y ya es curioso que salga publicado apenas una semana más tarde de haberla conocido y un mes más tarde de haber conocido a su padre. Lo leerán.