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Conversar en el tranvía

 

conversar.jpgLo más habitual al subir a un tranvía en Europa – y más si hay mayoría de gente joven – es verles con sus smartphone – dale que te pego – tecleando en el whatsapp, facebook, sms, etc. Otros tienen sus auriculares puestos y escuchan música. Antes los auriculares eran pequeños, ahora cuanto más grandes y visibles, mejor. La cuestión es no hablar o mostrar interés por el vecino. Como si no exitiera, como si fuera invisible. Es una nueva forma del pasotismo.

 

 

En los países nórdicos la tendencia a no conversar – a hacerse el sueco – en el transporte público es mayor. Colonia es conocida por su toque romano, como dice su nombre. Hace un mes me subí a un tranvía y vi un sitio libre donde había tres chicas universitarias elegantemente vestidas. Hace poco había estado en una conferencia en la que se habló de que los servicios psiquátricos de las unviversidades están llenos. Por lo visto, los estudiantes "sufren" bajo el "estrés" del facebook y las chicas adicionalmente bajo el "estrés" del shopping. Compran en internet continuamente. Además, parece costarles cada día más tomar decisiones y el sistema de bachelor y master les pone en el precipicio de la depresión.

 

 

Volvamos a las tres estudiantes que conversaban animosamente y, de repente, una me dice muy respetuosamente con trato de usted: ¿Quiere contribuir a nuestra conversación? Y yo respondí: ¿Y de qué hablan? Hablamos de los motivos de la depresión, me contesta la chica de enfrente y me pregunta: ¿Por qué es tan frecuente la depresión?. Yo me acordé de la conferencia, desvié un poco el tema y le dije: Quizá hoy en día la gente joven piensa poco y reza poco. La chica de enfrente dijo: yo rezo cada día en la cama, soy hija de un pastor. Su compañera, que estaba a mi lado, se sorprendió y le dijo a su amiga: ¿sabes que yo soy atea? Yo le dije: atea o agnóstica, ¿atea científica que puede demostrar que Dios no existe? Ella contestó: no, creo que hay un poder superior. Yo dije: entiendo, si no sería usted (citando a Viktor Frankl) nada más que un proceso de oxidación, y continué diciendo: existen muchas cosas que no vemos, por ejemplo el amor y sí existen. Y aquí saltó su amiga de enfrente de nuevo diciendo: ese es precisamente su drama, que ella no cree en el amor.

 

 

Esta conversación duró apenas cinco minutos. Llegó la segunda parada y empezó el movimento de la chicas para bajarse y recoger las bolsas que llevaban. Una de ellas contenía decentemente escondida una botella de litro de champán. Parece ser que se habían propuesto olvidar penas. Se despidieron educadamente de mí y me dijeron que les hubiera gustado seguir hablando conmigo.

 

 

He contado esta conversación a varios amigos, incluso la he colgado en facebook en alemán y todos me dicen que una conversación así sólo es posible en Colonia, como si de Roma se tratase.

 

 

La cuestión es que vale la pena conversar. Nunca se sabe cómo puede terminar el asunto. Es mucho más divertido que leer un libro, oir música o teclear en el smartphone hasta que sangren los dedos...

 

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