Con sorpresa me llegó la noticia del fallecimiento de Don José Orlandis el día de Nochebuena. Por lo visto, a sus 92 años, no le bastaron las fuerzas para superar la última neumonía y se nos ha ido "sin dar la lata", como le había oído decir a San Josemaría Escrivá muchas veces, aunque los últimos tres años requirieron de cuidados más intensos por parte de los que le rodeaban.
Recuerdo mi última conversación con él un día de mayo de 2010. Hablamos de todo aquello sobre lo que le gustaba hablar conmigo: de su sobrino José Orlandis Morell, compañero mío de clase en el colegio de Montesión de Palma, que falleció en 2006 a causa de un agresivo y fulminate cáncer. También hablábamos siempre sobre Alemania, país por el que tenía gran admiración y del que esperaba un gran avance espiritual para Europa.
No me corresponde a mí comentar sus muchos y reconocidos méritos académicos como catedrático y, para quien no lo sepa, como eminencia del reino visigodo. Otros los harán y nos daremos cuenta que D. José, era por muchos motivos, un ilustre de nuestra isla.
Me alegra recordar que Don José era un gran sacerdote y, para los que pertenecemos al Opus Dei, una conexión directa con su Fundador. El episodio más significativo es quizá el viaje que realizó en 1946 acompañando a San Josemaría Escrivá en su primera visita a Roma, con el propósito de obtener la aprobación pontificia y de ámbito universal para el Opus Dei, acontecimiento que dejó escrito en su libro "Mis recuerdos: primeros tiempos del Opus Dei en Roma".
Don José no era solo un gran historiador sino también un gran narrador de la historia. Recuerdo como nos contó durante horas, ante un grupo de gente jóven del Opus Dei en 1981 en Mallorca, las vivencias sobre su retiro espiritual con San Josemaría en 1939 en Burjasot, Valencia; sobre los comienzos del Opus Dei en Madrid, que recogió en el libro "Años de juventud en el Opus Dei". Tambien sobre su estancia en Roma durante los años de la II Guerra Mundial, plasmados en "Memorias de Roma en guerra“. En el año 1997 oí su fabuloso resumen de la historia de la Iglesia durante la segunda mitad del siglo XX, que había recogido recientemente en un libro. Oirle contar era ¡estar ahí!, ser testigo del acontecimiento. Pienso que el mundo de las nuevas tecnologías y de lo virtual corre el riesgo de deshumanizarnos en este aspecto, pues la ansiedad que despierta la necesidad de la inmediatez de las noticias nos hace poco pacientes para contar y para escuchar y, por lo tanto, para asimilar, que eso es lo importante.
También me alegra contar con el tesoro de tres cartas personales de Don José y caigo en la cuenta de que la era digital nos va a dejar en un futuro sin este tipo de cartas, lo cual es una gran pena. Una de 1988, otra de 2006 y la última del 17 de abril de 2008. En esta última me contesta por mi felicitación por su 90 cumpleaños. Con gracia y para sorpresa de muchos, escribió un libro titulado "La vida a los noventa años".
En esta carta me escribe: "Tan solo unas letras para darte las gracias por tu afectuosa carta de felicitación con ocasión de mi 90 cumpleaños. Es un motivo especial para dar las gracias a Dios por tan larga vida y tan larga perseverancia en su servicio en la Obra; da ganas de renovar esa gratitud, con aquellas palabras de la Escritura: "cursum consumavi et fidem servavi" y seguir bregando hasta el final, cuando Dios quiera". "¡Soñad y os quedaréis cortos!" eran aquellas palabras de nuestro Padre (así hacía referencia a San Josemaría) que oímos desde mucho tiempo atrás y hemos visto realizarse. Ahora, lo que importa es aprovechar bien los años que quedan, para esmerar en la vocación de santidad, que ha sido el gran don de la gracia de Dios en nuestras vidas... Os encomiendo y que me encomendéis, para que trate de ser hasta el final un "siervo bueno y fiel".
Realmente dan envidia estas personas con una vida tan llena de sentido. Por último, recuerdo mi visita con Don José al cementerio de Palma al sepulcro de su sobrino Pepe, en compañía de su madre Noreta, donde también estaban enterrados los padres de Don José.
Se ha ido una persona que vivía con un pie en el cielo y otro en la tierra, no sólo durante su enfermedad sino desde muy joven. Ahora ha dado el paso definitivo.
-
-
Dar la cara por los menores
Estos días de Navidad son días para la familia. A veces he pensado qué sería del mundo sin esta fiesta de la Navidad. Si no existiera (aunque sí que existió) habría que inventarla.
Vivimos en tiempos difíciles para las familias, ya que muchas se ven afectadas por la crisis. Incluso he leído artículos que postulan que la actual situación económica está siendo un buen aliciente para evitar rupturas familiares. No hay mal que por bien no venga. También se están dando nuevas formas de la familia que van más allá del guión previsto por la naturaleza. Incluso nos preguntamos: ¿Qué es la naturaleza? Y nos ponemos por encima de ella.
Un ejemplo de ello son dos fenómenos que también son consecuencia de la decadencia occidental: el aborto y el abuso de menores. Stephanie zu Guttenberg, esposa del actual ministro Defensa alemán, dedica muchas energías y mucho tiempo a una necesaria cruzada en contra del abuso de menores. Ella es presidenta de la seccion alemana de "Innocence in Danger" (www.innocenceindanger.de) y ha escrito un libro, por desgracia necesario, sobre la dinámica del abuso, que se da mayoritariamente dentro de las familias, y sobre la sobrecarga pornografica existente, tanto en internet como en la publicidad, que acosa continumente a mayores y sobre todo a menores. El libro se titula "Schaut nicht weg! Was wir gegen sexuellen Missbrauch tun müssen" (No apartéis la vista, lo que debemos hacer ante el abuso sexual). Me admira que una mujer -noble de Alemania- de esta posición dé la cara por este tema nada apetecible.
Stephanie zu Guttenberg afirma que el problema del abuso no es un problema de la Iglesia sino un problema de la sociedad. Aunque tampoco cabe duda de que cualquier intento de acallar un abuso cometido por un eclesiástico, con la idea de salvar el buen nombre de la Iglesia, es un grave error que la Iglesia está pagando caro este annus horriblis, especialmente en Alemania.
Al leer el libro he recordado la felicidad de mi infancia, con apenas dos programas, bien dosificados, de televisión que veíamos en familia. También he recordado el día en que mi padre – tenía yo 9 años –me sentó en el sofá, me dió un diccionario– y me preguntó cuál era la palabra más bonita de ese libro. Al mirarle yo con gran asombro, me respondió: la palabra más bonita es "amor". Y acto seguido, me explicó cómo llegan los niños al mundo y desde entonces ya supe que podía hablar con mi padre o con mi madre de todo, y que ellos eran los primeros a los que debía preguntar si algo me angustiaba.
Cada vez que cuento esta historia el 90% de las personas me dicen que sus padres nunca hablaron así con ellos. Es una pena. El mundo se pone patas arriba si los adultos se dedican a temas de menores (pedofilia, ¡qué horror!) y los menores se dedican a temas de adultos. Y, peor aún, se llega a fomentar la promiscuidad si los padres delegan en los colegios o en el Estado la "educación sanitaria" sin ningún tipo de pudor. El problema radica en que no se educa la afectividad ni un proyecto de vida fundamentado en el mutuo respeto y, sobre todo, en el amor -que es un don de si mismo y no un afecto egoísta-. Se vende un amor que no se encauza hacia la capacidad de una entrega mutua duradera. Espero que algún día se pondrán de pie los hijos de la "revolución sexual" y preguntarán a sus padres: ¿Qué nos habéis enseñado? ¿Qué ejemplo nos habéis dado?.