Ningún libro ha suscitado tanta atención mediática y tanto debate público como el libro de Thilo Sarrazin "Alemania se autodestruye - sobre cómo nos jugamos el país", publicado en otoño de 2010. La polémica, que acaparó por completo los medios de comunicación durante dos semanas, logró incrementar las ventas y conseguir que se vendieran 1,2 millones de libros.
Pocos días antes de su aparición en las librerías algunos políticos, como la canciller Angela Merkel, se pronunciaron sobre el libro, manifestando abiertamente no haberlo leído, pero afirmando al mismo tiempo que les bastaban las referencias que habían recibido para desautorizar al autor, miembro del consejo de dirección del Banco Nacional. Sarrazin mismo escribió un artículo a finales de año en el Frankfurter Allgemeine Zeitung que salvó al país de una crisis de Estado, al renunciar libremente de su cargo en el banco. De no haberlo hecho el Presidente de la República, Christian Wulf, se hubiera visto obligado a demostrar que ciertas afirmaciones del libro no son compatibles con una persona con este cargo de Estado. Se podría haber llegado a una situación complicada, incluso hasta un posible litigio jurídico que hubiera podido desprestigiar incluso al presidente.
¿En qué consiste la dinamita de este libro? Sarrazin no es un hombre de poesía sino de prosa ruda y dura, ya que como sociólogo y como antiguo ministro de finanzas del Land de Berlín conoce muy bien la situación del país. El autor ha hecho confluir tres temas que, juntos, forman la masa crítica suficiente para un explosivo, si no se controlan: la educación escolar, la evolución demográfica y la inmigración.
Al final del libro se encuentran dos proyecciones ficticias de la evolución del país dentro de cien años, según el tipo de política que domine en los próximos años y según las correcciones de rumbo que se lleven a cabo. O bien se permite, en nombre de la toleracia, que la creciente población turca y musulmana vaya cogiendo por mayoría demográfica el control del país o se toman medidas de inmigración selectiva como en Canadá (con requisitos de integración) y se lleva a cabo una reforma drástica fiscal que desgrave primordialmente a las familias numerosas.
Sarrazin no quiere que Europa pierda su identidad cultural y desea que en este país se siga hablando alemán. Tampoco quiere convertirse en un extranjero en su país, ni quiere emigrantes que vivan del Estado y no trabajen. Como él escribe, se trata de un libro para personas interesadas en desarrollos a largo plazo.
Al afirmar que "económicamente no necesitamos la integración musulmana" da lugar a muchas susceptibilidades, que en manos de personas con poca formación y criterio pueden generar xenofobia, ante la que el país, por obvios motivos históricos, es muy sensible. Si en Berlín el 20% de los delitos de violencia juvenil son cometidos por jóvenes de origen árabe y turco, no sorprende que la ministra de Asuntos Sociales, Kristiana Schröder, esté ahora en condiciones más favorables (que antes de la publicación de este libro) para emitir notas de prensa que constantan que hay jóvenes alemanes que son víctimas de racismo en sus clases y que está demostrado que el joven de origen musulmán tiene una mayor propensión a la violencia que otros jóvenes.
El debate sobre este libro es un debate sobre la libertad de expresión. El debate continua y las tertulias en las "Kneipen" alemanas, con una cerveza en la mano, son distintas desde que se ha publicado este libro.