Todo el mundo lo sabe. El número de teléfono de emergencias para la ambulancia o para los eros es el 112. Está escrito en casi todos los aparatos de teléfono del país.
18 de diciembre. La cuidad está abarrotada. Es la una del mediodía. Yo también he hecho alguna pequeña compra navideña, en Neumarkt, una de la plazas centrales de Colonia, nudo del tráfico rodado y de tranvía. Paso por delante del Starbucks (cada vez hay más) y veo la estatua de la Virgen, que para muchos pasa desapercibida. "Dios te salve, María", digo desde dentro y sigo andando hacia el andén.
Veo como un señor mayor, bastante gordo, que tambalea hacia una farola y apenas consigue agarrarse cuando cae desplomado delante de mi. "¡Dios mío!". Todo es cuestión de segundos. Esto tiene muy mala pinta. Un infarto o una hemiplejia, pienso. Saco mi móvil, e intento marcar el 112. Otro chico ya está marcando. Se pone nervioso porque no le cogen. ¡Ya! Describe el lugar y los síntomas. Una señora, como siempre más valiente, saca un pañuelo y le hace la respiración artificial. Otro empieza a hacerle masajes en el corazón. Apenas hay gritos o histerias. ¿No hay por aquí un médico?, pregunta una. Un médico se acerca y le atiende.
Se oye la ambulancia. Han pasado tres o cuatro minutos. Una chica a mi lado, probablemente turca, saca las manos con las palmas hacia arriba y se pone a rezar en un idioma que no entiendo. Me impresiona. Se ve llegar a la ambulancia. Apenas consigue abrirse paso con este tráfico. Los coches de la derecha se mueven a la derecha y los de la izquierda a la izquierda. Se abre un carril. El conductor, con el megáfono, despierta a alguno que está en babia. ¡Múevase!
Los servicios de emergencia son una bendición en este país. Son de una rapidez asombrosa. No sólo viene un camión camilla, que ya es medio quirófano, sino que en otro coche (un Jeep, en general) acude también un médico, según la gravedad del caso. Ya han llegado. Han pasado unos siete minutos. Los dos enfermeros saltan con unas maletas impresionantes que tienen de todo y con el desfibrilador. El señor sigue inconsciente en el suelo y cada vez más azul. Intento seguir rezando, pero apenas me sale una oración. No importa. Dios está ahí. Oxígeno, más masaje cardíaco y con mayor fuerza. Le han puesto los electrodos. El oscilograma sólo suena cuando le aprietan en el pecho. Mal asunto.
El personal ferroviario disipa a los curiosos. Llega mi tranvía. Me subo. No tiene sentido esperar ahí. Un amigo, estudiante de medicina, que estuvo casualmente más tarde en el mismo lugar, me cuenta por la noche que vio como le cortaban la ropa del brazo para ponerle una inyección intravenosa. ¿Lo habrá conseguido superar?. Desde luego no sabemos ni el día, ni la hora, pero menos mal que existe el 112.
Comentarios
7 minutos es un record!
en Flamersheim, donde vivía antes, tardaban entre 20 a 30 minutos (lo comprobé, al menos dos veces).
En el este del país y zonas menos pobladas, tarda más que en el occidente.
A ver si después cuento cómo tres amigas extranjeras salvamos a una sra. a la que le dió un ataque al corazón en medio de la misa; yo llamé a la ambulancia y vigilé que nadie se estacionara frente a la iglesia, para que la ambulancia pudiera pasar; y mis dos amigas taparon a la sra. con sus abrigos y le pusieron algo en la cabeza;
ella insitía en que llamáramos a su hija para que se la llevara a la casa; los demás concurrentes a la misa, lo querían hacer así; nosotras tres les advertimos que no lo permitiríamos, la sra. se iría al hospital y no había discusión, como yo ya había llamado, ya no había nada que hacer: vendría la ambulancia.
Llegando al hospital la operaron inmediatamente: dos bypass.
Pero a veces, no resulta tan bien, hace unos 24 meses, vimos un incendio en una casa de por aquí;
le dije a un nino que llamara para avisar y le dijeron: "veraresc... kann ich mich selbst" le dijeron y le cortaron.
Claro, pensaron que, como era un nino el que llamaba, era mentira.
O sea que, no des el número a los chicos, porque a ellos no les creerán.
Saludos y un buen 2008!
José leí tu artículo por recomendación de Marta Salazar, muy interesante y ¡Que lindo vivir en un lugar así!
En mi país México, no he contado los minutos pero créeme que es más fácil que el enfermo tome un taxi y llegue al hospital.
Hilda