Melanie Mühl, periodista del Frankfurter Allgemeine Zeitung, ha escrito una vez más un libro conmovedor, con el título: “La compasión, sobre una habilidad en tiempos agitados”.
Es cierto que las noticias de violencia, de guerras y de injusticias que claman al cielo nos llegan constantemente y corremos el riesgo de endurecernos, de que todo nos resbale, que nos de igual, que no nos afecte. Mühl cita muchos ejemplos en su libro.
Esto tiene muchas implicaciones sobre el modo que tenemos de acercarnos a lo desconocido: podemos rechazarlo de lleno o darle una oportunidad, incluso la bienvenida. Pensemos en los refugiados que están llegando y seguirán llegando a Europa.
Mucho se habla (y es necesario) de la empatía, de la necesidad de ponerse en la piel del otro, de ver el mundo con los ojos de nuestro prójimo, de interesarse de verdad por los demás, no solo de una manera superficial.
Mühl defiende que esta habilidad se forma en la familia. Ahí se aprende a ser solidario, a pensar en los demás, a compartir, a ser generoso. Una capacidad fundamental es la de saber interpretar los gestos. Existen investigaciones que afirman que una persona puede generar 10.000 gestos con su cara. ¿Somos capaces de interpretar esos gestos?
Otra habilidad consiste en “llegar a tiempo”. Mühl se pregunta a sí misma qué ha aprendido escribiendo sobre este tema y recuerda, con amargura, como ignoró las llamadas de una amiga de su tía a la que había prometido visitar en el sur de Francia. La última llamada que le llegó fue para decirle que su tía había muerto.
Mühl termina su libro así: “Nadie es una isla, aunque a veces le gustaría serlo, lo cual es muy normal pero conduce al aislamiento. La decisión sobre quién tiene compasión con quién y en qué momento, o decide cerrar su corazón, la toma cada uno de nosotros diariamente. Compasión no es quizá la solución a los problemas más urgentes de nuestra sociedad, pero en tiempos agitados como los nuestros en los que el armamento de la retórica y el claro distanciamiento ante todo lo desconocido se han convertido en una rutina diaria y el estándar mínimo de la humanidad se cuestiona, es una ayuda contar con una brújula de lo humano. Pues una cosa queda clara: el que se cierra, nunca se conocerá a si mismo”.