Ya es una gran casualidad poder experimentar el triunfo de la selección española en la Eurocopa precisamente en Alemania. Soy poco amante del fútbol, ni pasivo y menos activo. Pero ante tal evento uno no puede permanecer indiferente.
Casi cada domingo hago un poco de jogging con un amigo, Nici, en el bosque de Colonia. Él me preguntó, a los pocos días de comenzar la Eurocopa, a favor de qué equipo estaba, de Alemania o de España. Yo busqué una respuesta salomónica. Le dije que existe una ley no escrita que indica que España se despide siempre en los cuartos de final de cualquier gran campeonato y que, por lo tanto, me parecería muy bien que Alemania ganase. El domingo siguiente Nici me contó que habían hecho una porra en su trabajo y que, por misericordia, había apostado por España.
Mientras España iba avanzando en la gran final, mi asombro fue en aumento. Especial alegría me dieros los momentos en los que el jugador del Real Mallorca, Dani Güiza, salío al campo con su clara intención de marcar un gol, cosa que solía ocurrir a los pocos minutos de pisar el césped. También me gustó su actuación con los aficionados en el estadio, animándoles a estimular al equipo español. Me alegró también ver abrazarse a los Príncipes Felipe y Letizia en la semifinal en una erupción de alegría, que para mí simbolizó la alegría de España.
Antes se señalaban los días por las fechas del santoral. Pues bien, la semifinal se jugó en la fiesta de San Josemaría Escrivá, que siendo él un ciudadano del mundo, estaba muy orgulloso de su patria pero también de todo lo bueno de otros países, por lo que no estaba yo seguro de cómo movería los hilos desde el cielo. La final fue en el día de San Pedro y San Pablo, dos santos muy queridos tanto en Alemania como en España, así que no era fácil interpretar la "señal del tiempo".
Me decidí por ver la final con veinte estudiantes de San Sebastián que estaban unos días en Colonia en el local del equipo de fútbol de los emigrantes españoles de Colonia. Ahí estaba también la televisión local para captar el ambiente hispano en Colonia mientras se jugaba la final contra Alemania. Estabamos fuera con una pantalla gigante y un grupo menos nutrido de alemanes estaba dentro del local con otra televisión. Cuando unos gritaban, otros callaban. Los españoles gritamos más, sobre todo cuando llegó el gol definitivo. Mientras tanto me iban llegando mensajes cortos de Nici. Él me animaba y yo le animaba.
Cuando el resultado fue ya irreversible me llegaron aún más mensajes de felicitación. Todos mis amigos alemanes me han dicho que España ganó merecidamente. ¡No faltaba más!. Alemania quedó tercera en el Mundial y segunda en la Eurocopa, así que pienso, y así se lo dije a mis amigos, que nos veremos dentro de dos años de nuevo en el Mundial.
Me alegra que España haya podido tener la experiencia del triunfo más allá del credo político. Como bien ha comentado Paul Ingendaay, corresponsal del Frankfurter Allgemeine Zeitung en Madrid, "La España de las regiones autonómicas, un país heterogéneo con cuatro lenguas oficiales sigue reaccionando sensiblemente ante atisbos de poder centralistas y ante discursillos de la Gran España. En este país, lleno de ganas de enfrentamiento y de automutilación, el entusiasmo por el propio equipo ha creado un vínculo emocional, donde antes no existía". Pienso que este es el mejor triunfo.