Ha llegado el otoño, las hojas se vuelven amarillas, el crepúsculo es rosáceo. Todo cambia en otoño y se convierte en una de las estaciones más señaladas del año. Cuando veo las hojas caer, me acuerdo de aquel aforismo de San Josemaría que dice: “¿Has visto, en una tarde triste de otoño, caer las hojas muertas? Así caen cada día las almas en la eternidad: un día, la hoja caída serás tú” (Camino, 736). Es una observación aparentemente cruel y que uno quizá prefiere ignorar, pero cuando pasas el ecuador de tu vida, ya te vas haciendo a la idea y además ya sabes que no te vas solo, sino que ya hay algunas personas muy queridas que te esperan.
Las culturas y los pueblos se conocen también por sus tradiciones funerarias. Lo común en Alemania es asistir a un funeral y luego, todos los asistentes o la gran mayoría, acude también al cementerio. En la capilla se vuelven a rezar oraciones por el difunto y se acompaña a la familia en procesión, a veces rezando un rosario, hasta la tumba, donde se vuelve a rezar un responso y es muy común que se rece también por el “próximo entre nosostros que se va a morir”. Los familiares más allegados se acercan a despedirse, rezan, echan una flor y un poco de tierra. Y lo mismo hacen todos los familiares y amigos, que luego se dirigen a dar el pésame a los parientes que les esperan a ese efecto, hasta que el último haya podido rezar y despedirse vis a vis delante del féretro. Por lo general, los más allegados reciben una invitación por carta para el funeral y el entierro, y acto seguido son invitados a un local cercano para tomar un café y unos bocadillos y así animar la conversación y aliviar las penas de todos.
Los cementerios de Alemania son verdaderos parques, casi con su flora y su fauna propias. Uno de los cementerios más antiguos es el de Melaten (www.melatenfriedhof.de) en Colonia. El nombre proviene del francés “malade”, pues ahí se encontraba una residencia de leprosos. Tiene una supercicie de 435.000 m². El pórtico de entrada tiene la inscripción Funeribus Agrippinensium Sacer Locus (lugar santo para los cadáveres de Colonia). Durante el mes de noviembre, el cementerio es uno de los lugares más concurridos de la ciudad. Muchas personas célebres de la ciudad están enterrados ahí, y cuanto más célebres, más filigranas tienen sus tumbas. Incluso existe la posiblidad de hacer un visita guiada para ver las tumbas de los fallecidos en la I y en la II Guerra Mundial. Algunas muy conocidas son la de los banqueros Oppenheim, las de los alcaldes, la del inventor del motor Otto (Nikolaus August Otto), la del actor Willy Millowitsch, etc. El cementerio es un verdadero libro de historia y un vergel de plantas, flores y árboles.
Como en todos los pueblos cristianos, enterrar a los muertos es un acto de misericordia. No son pocos los que se mueren y son enterrados solos hoy en día, lo cual irá en aumento debido al decrecimiento de la natalidad. Es muy consolador ver la solidaridad en la participación en un funeral, que sin duda es mucho más que un acto social al que uno no puede faltar. En definitiva, es una estupenda oportunidad para reflexionar sobre el pasado, el presente y el futuro.