Ir en tren a Berlín se ha convertido en un gran evento. No es lo mismo que viajar con el tren de Sóller o el tranvia al puerto de Sóller, para coger las naranjas de los árboles, como solía hacer ocasionalmente como excursión dominical.
Berlín está lleno de simbolismo y lamento haber tardado quince años en visitar Berlín desde que llegué a Alemania en 1984. No conocí el Berlín separado por el muro. La “catedral” de Berlin, el “Berliner Dom”, la construyeron los protestantes como contrapeso a los católicos. Ahí se ven las estatuas gigantes de los reformadores: Lutero, Calvino, Zwinglio, Melanchton. El edificio es más bien poco acogedor y en el sótano se pueden visitar las tumbas de los reyes prusianos.
El legendario muro de Berlín convirtió a la cuidad en una isla, que durante un tiempo fue abastecida por los aliados gracias a un puente aéreo. En el “Check Point Charlie” se puede visitar el museo que documenta los intentos de fuga más inverosímiles que uno se pueda imaginar. Hoy en día la capital alemana es el centro político y artístico del país, aunque no es un centro industrial, lo cual da una estructura social un tanto bohemia a la ciudad. Los políticos y lobystas se ausentan durante los períodos fuera del calendario político. Berlín “vive“ de la financiación estatal y apenas genera riqueza por su cuenta. La ciudad es todo un símbolo del postmodernismo y de la sociedad multicultural, que está empezando a pagar el precio de no haber conseguido integrar a los inmigrantes en la sociedad.Una nueva pieza en el mosaico es la nueva estación de tren (algunos la llaman, la nueva “catedral”), la más grande actualmente en Europa. Se ha inagurado el pasado 28 de mayo. Es una estación que poco tiene que ver con la de Sóller, antigua casa de mi tatarabuelo, el poeta Josep Lluís Pons i Gallarza. Aunque, curiosamente, si se produce un segundo vínculo familiar en materia ferroviaria, dado que mi hermano arquitecto trabajó en el equipo creador de la nueva estación de Berlín, liderado por Meinhard von Gerkan
Diariamente circulan 1.100 trenes en tres planos de altura. Dos elementos llaman la atención. Primero: los trenes circulan en dirección norte-sur y en dirección este-oste y, segundo: la gran luminosidad de la estación, gracias a los techos de cristal que permiten el acceso de luz natural hasta el sótano, donde transitan los trenes de cercanías. La zona comercial de la estación comprende unos 15.000 m² en la que hay alrededor de ochenta tiendas.
Muchos berlineses la consideran ya como el verdadero símbolo de la reunificación de Alemania, exactamente en el centro de la ciudad y en medio de la antigua división entre Berlín occidental y oriental. De todas formas, a pesar de este gran simbolismo que acompañará a este nuevo hito ferroviario, entre la estación de Berlín y la de Sóller no sé cual escoger. Quizá me quedo con la de Sóller, transmite más paz.