La joven ministra alemana de la Familia, Kristina Schröder, de 35 años, publicó este año un libro con el título: ¡Gracias, la emancipadas somos nosotras mismas!, Despedida de la imposición de los roles. (Danke, emanzipiert sind wir selber!, Abschied vom Diktat der Rollenbilder). A ella misma le ha tocado dar explicaciones de su forma de actuar a la opinión pública desde que fue nombrada ministra. Ella lo cuenta en su libro. Se encontraba en el coche, camino del aeropuerto de Berlín para volar a Frankfurt cuando le llamó la Canciller Angela Merkel y le preguntó si estaba dispuesta a ser Ministra de la Familia. Schröder, que en ese momento se llamaba Köhler por no estar casada y no haber adoptado el nombre de su futuro marido, pidió una hora de tiempo para tomar la decisión. En vez de volar a Frankfurt regresó a Berlín para hablar con su futuro esposo, Ole Schröder, Secretario de Estado en el Ministerio del Interior. Al transmitirle su decisión a Merkel, la futura ministra le dijo: “si, pero...“. Le comentó que deseaban tener un hijo y le preguntó si lo veía compatible con su trabajo como ministra y Merkel le dijo: “eso no es problema“. En efecto, Kristina Schröder es la primera ministra alemana que da a luz durante el ejercicio de su ministerio.
A partir de ahí comenzaron las llamadas y las preguntas en el ministerio y en sus apariciones en público: que cuándo se casa, que si adopta el nombre de su esposo (como es tradicional en Alemania), que si va a meter al hijo en la guardería, que cuándo ve a su hijo, que cuándo regresa al trabajo... Kristina Schröder estaba agotada de dar continuamente explicaciones tanto a las feministas empedernidas como a las que ella llama “conservadoras estructurales“. No se quiere dejar encasillar por nadie, lo cual me parece muy legítimo.
En un país que sufre como toda Europa del “invierno demográfico“, se debate abiertamente cual debe ser el comportamiento adecuado como padres y educadores. Mientras que las “feministas oficiales“ y también algunos empresarios hacen presión para que muchas mujeres empleen su talento en el mundo laboral, otras acusan de ser “madres cuervo“ a aquellas que aparentemente se desentienden de sus hijos al meterlos en una guardería a los tres meses.
Kristina Schröder es partidaria de una paternidad y de una responsabilidad compartida por parte del padre y de la madre. Para ella un posible ideal en el siglo XXI consiste en que tanto el padre como la madre trabajen a jornada partida y así les sea posible a los dos compartir las responsabilidades del hogar y de la educación. Es un modelo que me parece interesante y que he experimentado trabajando en una empresa sueca (Ericsson) durante doce años. He visto a muchos gerentes de todos los niveles abandonar una temporada su trabajo, para dedicarse más a los hijos.
Mientras que el siglo XX fue el siglo de la entrada masiva de la mujer en el mundo laboral, el siglo XXI debería ser el siglo del varón: del hombre que comparte la tarea educativa (y que no se mueve como un extraño en su propia casa) y del empresario que respeta los horarios de aquellos empleados que son padres y madres de familia y no convoca reuniones a horas intempestivas o durante los fines de semana. Schröder ha acusado públicamente como enemigos de la familia a aquellos directivos que convocan este tipo de reuniones de trabajo. Suelen ser personas para los que las relaciones de trabajo se convierten en sucedáneos de la vida familiar y no sorprende, por tanto, que un mundo laboral agresivo sea culpable de la ruptura de muchos matrimonios. No olvidaré lo que me contaron de un un gerente que asistió a un programa de una escuela de negocios, que al final de la clase comentó a la profesora: “He descubierto que no sólo soy responsable de mi divorcio, sino también del divorcio de muchos de mis empleados“.